No imaginaba ayer, sobre las siete de la tarde, que sería la última vez que le decía adiós a José Ramón; despedida que iba a ser para siempre. Nos ha dejado un hombre bondadoso, cumplidor de su deber, jurista de prestigio. Un hombre que siempre se decidía por la solución menos extremista, por la más cargada de sentido común, la más práctica, que siempre es, además, la más sencilla. Hombre liberal que convencía más que se imponía. Sencillo, partícipe, que siempre colaboraba con todas aquellas personas e instituciones que se lo solicitaban, cualquiera que fuera su adscripción. Fue el primer presidente del Tribunal Superior de Justicia de Aragón cuando se creó en el año 1989 y lo dirigió hasta su jubilación. En su trayectoria al frente de este alto organismo de la Justicia aragonesa, se ganó la admiración y cariño de todas las personas que tuvimos la suerte de estar sirviendo bajo su mandato. Fue el iniciador y el alma mater de las Primeras Jornadas del Bidasoa, que han supuesto una continua relación y colaboración con la Magistratura de Francia, con resultados prácticos y de gran eficacia para las administraciones de justicia de ambos países.

Fue José Ramón hombre sensible a todos los problemas, en particular al del País Vasco, desde donde vino destinado a Zaragoza. Le dolía sobremanera el terrorismo en todas sus manifestaciones y su gran corazón padecía enormemente cuando ocurría un acto de esta clase, uno de cuyos efectos más dolorosos para él --me contaba-- era el que le obligaban a desconfiar del género humano, del hombre como tal, del que siempre esperaba la lógica, la razón y los sentimientos humanitarios. Era un convencido demócrata, y como tal, pensaba que en este marco se podía plantear y alcanzar, por medios pacíficos, cualquier pretensión racional. Ejemplo de esposo y padre de familia, a sus hijos y nietos les enviamos nuestro más sentido pésame y condolencia. Descanse en paz.