Ángel Francisco C. M. negó ayer categóricamente que hubiese abusado sexualmente de su sobrino nieto durante ocho años. Según relató la presunta víctima, su pariente le estuvo sometiendo a tocamientos desde los seis a los 12 años, cuando los abusos subieron de intensidad y comenzaron a incluir tocamientos mutuos de pene hasta llegar a las felaciones. Unos hechos por los que la Fiscalía y la acusación particular piden 12 años de prisión, según ratificaron ayer en la Audiencia Provincial de Zaragoza.

En una Nochevieja en la que se había quedado a dormir en casa del hermano de su abuela, el hombre aprovechó que su hijo (tío de la víctima, pero de edad similar) se fue al baño y se dirigió a la habitación para tener sexo con él. El otro menor, al volver del baño, vio a su «primo» (sobrino) sin pantalones en el colchón, y a su padre con una rodilla en la cama. Y este fue el único episodio que, de aquella manera, justificó.

«Yo iba con tragos pero sabía lo que hacía. Fue él quien me bajó los pantalones y yo me eché para atrás contra la librería. Me quedé inmóvil, ni le toqué ni le hice nada. Tengo la conciencia muy tranquila», agregó.

El caso lo destapó inicialmente la esposa del acusado, cuando llamó a la madre de la víctima para preguntarle por qué su hijo daba collejas en el colegio a su tío. Resultó que era porque este amenazaba con contar lo que vio. La víctima dijo lo mínimo a su madre, que estuvo un año intentando convencerle para denunciar a su tío. Pero el joven no quería e incluso amenazaba con suicidarse, explicó la madre, entre lágrimas. Finalmente se cruzó otra vez con su pariente, y comprendió «que podía volver a pasar», así que se decidió a contarlo en el colegio.

De hecho, supuestamente no era la primera vez que pasaba. Otro sobrino del hombre testificó en el juicio que a él le había hecho «lo mismo», a la misma edad, pero hace 20 años (está prescrito y no se juzga). El acusado se refirió a este episodio como «otro malentendido», ya «arreglado».

La madre de la víctima afirmó que la esposa del acusado conocía el precedente pero confiaba en que con su hijo, al ser «sobrino de su sangre», no lo haría. Y el propio acusado le dijo a la madre que los abusos eran «como una droga» para él, afirmó esta.

El abogado de la defensa incidió en que el joven había ido incrementando la gravedad de los abusos conforme iba declarando en el colegio, la Policía y el juzgado. Para los psicólogos forenses, es «muy habitual» que se vayan añadiendo cosas, calladas «por vergüenza». El joven explicó que estaba presente su padre, al que no quería «hacer daño».

El letrado también incidió en que era raro que el joven, experto en artes marciales, fuera tan «sumiso» con su tío. La psicóloga forense Cristina Andreu, respondió rotunda que «no es sumiso, los que estaban en Auschwitz tampoco lo eran. Hay que ver elcontexto», explicó, en este caso la vergüenza y el miedo a desatar una crisis familiar.