Carlos Melgares se jubiló recientemente como sargento de los Bomberos de Zaragoza, tras toda una andadura profesional de rescates que comenzó con la mayor tragedia de la ciudad, el hotel Corona. «Llevaba cuatro meses trabajando», recuerda.

En realidad, aquel día él no estaba de servicio, pero le llamaron, como a todos. Y no solo los bomberos, «Zaragoza se volcó», recuerda, elogiando el trabajo de las policías local y nacional, de los sanitarios y de los ciudadanos.

El primer aviso no parecía muy alarmante porque la misma cafetería había sufrido un accidente «la semana de antes», pero en la primera dotación llamó a refuerzos, y «en 10 minutos estábamos todos».

Él recuerda cómo entró por una escalera trasera. «En seguida me vi solo, subí y en la segunda planta ya encontré gente y fui sacando. No llevábamos agua y cuando se me acabó el equipo autónomo -el oxígeno-, me eché al suelo, lo que siempre hay que hacer (explica, didáctico), y fui buscando gente. La verdad es que llegó un momento en que pensaba que no salíamos», admite. Es parte del trabajo, como el pudor a la hora de contar la gente que rescató. «Un bombero no habla de eso», afirma.

Al final alcanzaron la azotea con varios rescatados, y recuerda un momento peligroso cuando un helicóptero de la Base Aérea, «que se arriesgó, con la mejor intención», avivó las llamas que les rodearon. Pero se salvaron.

«Yo nunca diré si fue atentado o no lo fue», subraya Melgares, que ha dado ponencias sobre el incendio. «Lo que sí digo es que, por el desarrollo del fuego, es perfectamente posible que fuera fortuito», dada la falta de compartimentación, los materiales (moqueta y corcho, entre otros) y el efecto chimenea que creó la cristalera frontal al estallar.

Lo que le enerva es oír «barbaridades» como que se alcanzaron 6.000 calorías o se usó Napalm, «cuando el forjado de hormigón de deshace a los 800 y la estructurura lleva en pie 40 años», razona.