Harían muy mal los socialistas aragoneses alegrándose de que sus homólogos del PP regresaran del congreso nacional del partido de Rajoy/Aznar con las manitas rotas de aplaudir a los jefes y con una presencia minúscula en los nuevos órganos de dirección. Igual de malo y absurdo debería ser que los conservadores contemplasen con regocijo las evidentes dificultades que tienen Marcelino y los suyos a la hora de conseguir que en Madrid les hagan caso y les arreglen (pero de verdad) la participación de nuestra atribulada comunidad en los Presupuestos Generales. Hombre, no es que yo pretenda eliminar con un golpe de buena voluntad regional las diferencias y la polémica permanente que hay y debe haber entre dos partidos obligados a disputarse el poder; pero la mutua constatación de que los unos y los otros pintan menos en sus respectivas organizaciones centrales que Pichorras en Pastriz ni les aprovecha a ellos ni al resto de los habitantes de Aragón. Al contrario: todos salimos perjudicados.

Las correspondientes miserias orgánicas de sociatas y peperos interactúan entre sí para mal (su competencia se reduce a intentar demostrar quién es el más desgraciado), pero al tiempo también se proyectan sobre los partidos de estricta obediencia aragonesa y los incita a la mediocridad conceptual. De hecho, y que nadie se lo tome a mal, el aragonesismo actual es de una estolidez ideológica y de una poquedad estratégica bastante notorias.

Todo este problema se agrava porque viene de lejos. Aragón ya perdió la oportunidad de acceder al autogobierno por la vía del artículo 151 de la Constitución (la buena) o de beneficiarse de los mejores fondos europeos porque, en cada momento, la UCD o el PSOE de aquí no estuvieron a la altura de las circunstancias.

Esta cuestión la llevamos con amargura. Y nos hace ser muy críticos con los políticos aragoneses, con todos. Mas ojo, queridos míos, que si Aragón es poca cosa en el concierto de las Españas ello también se debe a las más que serias limitaciones de una sociedad átona, acomodaticia, individualista, atrasada y, en fin, mediocre.

(Continuará)