Que se autorice la instalación de una granja de engorde con dieciséis mil cerdos a orillas del Moncayo, junto a Trasmoz, es una de esas cosas monstruosas, absurdas e intolerables que ocurren en Aragón con excesiva frecuencia. Ojo, no quiero decir que en otros sitios no hayan sucedido barbaridades semejantes (hay comarcas de Cataluña que llevan ya mucho tiempo arruinando su subsuelo con purín de puerco); pero es que aquí se tiene la particular manía de pisar la mierda de gorrino justo cuando todo el mundo se ha dado cuenta del peligro y procura pasar lo más lejos posible.

Es evidente que en España (en su gobierno, en el aparato del Estado y en lo que llaman la sociedad civil ) hay muchos que consideran la marea de chapapote un simple accidente que se resuelve con subvenciones y campañas publicitarias sensibleras o incluso una ocasión de ejercer con Galicia esa solidaridad de cartón piedra tipo "Ustedes son formidables". Pero la cuestión ecológica no ha entrado en las molleras de esa gente por el efecto combinado de la estupidez y la codicia. Si no, no tendríamos vigente un Plan Hidrológico Nacional, que en todo el Hemisferio Norte del planeta sólo es parangonable con el de la China comunista. Si no, en este peculiar microcosmos que es Aragón sería imposible pretender siquiera la ubicación de los dieciséis mil marranos en una zona de indudable interés medioambiental, cultural y paisajístico.

El dedo en la llaga lo puso el otro día en estas mismas páginas el profesor Corral al decir quién es y a qué partido pertenece (el PAR) el promotor de la macro-granja porcina. Porque ahí debe estar la clave de que por ahora le hayan ido dando luz verde a su desatinado proyecto. Esto es el colmo, y uno se pregunta cómo es posible que aún no hayamos salido (a trancas y barrancas) del follón de Euroresiduos y ya estemos con otro asunto maloliente encima de la mesa. ¿A quién dimitirán ahora?