¿Qué hubiera ocurrido si Einstein hubiera sido una mujer? «Hubiera habido dos posibilidades: que un hombre se habría apropiado de la idea, que hubiera sido algo malo pero no lo peor; o que el descubrimiento no se hubiera transmitido o desvelado hasta tiempo después. Que científicamente es peor». Responde María Jesús Lázaro, delegada institucional en Aragón del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT) en la comunidad. La realidad que describe Lázaro es la que hoy, 11 de febrero, trata de combatirse con la celebración del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia.

Fue en el 2015, hace seis años, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la inserción de esta fecha reivindicativa en el calendario y, desde entonces, numerosos organismos e instituciones se han apuntado a la celebración de este día. Las cifras no mienten y respaldan la idea de que todavía falta mucho por recorrer en el camino de la igualdad. En las universidades públicas españolas, solo el 21% de los catedráticos son mujeres, según los últimos datos que ofreció el Gobierno de España en el 2017. Otro apunte: solo tres de cada diez profesionales en el mundo de la investigación son mujeres.

Así, desde AMIT pensaron en iniciar una campaña que va más allá de lo publicitario para tratar de revertir la situación. La iniciativa se llama No more Matildas (No más Matildas en castellano) y hace referencia a Matilda Joslyn Gage, una activista estadounidense del siglo XIX que se dedicó a dar visibilidad, en el diario que dirigía, a las mujeres relevantes de su época. Su nombre sirvió entonces de inspiración para que, ya en el siglo XX otra mujer, Margaret Rossiter nombrara como efecto Matilda al proceso mediante el cual no se les ha reconocido a las mujeres sus aportaciones a la ciencia a lo largo de la historia.

«Queremos que la sociedad entienda que hay un problema y no queremos que se repita más. En los libros de texto un estudio ha demostrado que solo un 7% de los referentes que aparecen son mujeres. Y si no hay referentes femeninos, las niñas no tienen con quién identificarse», explica Lázaro, de AMIT Aragón. Es por ello que, desde esta asociación han elaborado un anexo para los libros de texto en el que se incluyen los nombres de varias científicas y sus aportaciones para que los escolares puedan estudiarlas. Por el momento, tanto el Parlamento europeo como el Gobierno de España ya amparan la propuesta de AMIT para que el efecto Matilda sea reversible.

Más allá de la invisibilización, otro de los problemas con los que se encuentran las mujeres científicas es la posibilidad de continuar con su carrera y acceder a puestos de mando. Y también está el factor cultural que impide a muchas jóvenes, sin que ellas siquiera se lo planteen, acercarse a las ciencias de todos los ámbitos. «Tenemos que decirles a las niñas que si quieren pueden, que se tienen que empoderar, pero también es verdad que los puestos importantes te los tienen que ofrecer. Y ahí algo falla», dice Lázaro.

Este fenómeno se resume en la «famosa tijera», un gráfico que demuestra que en los niveles iniciales de la carrera investigadora la paridad es un hecho, pero que conforme se van escalando puestos la igualdad desaparece. Así, en el CSIC, el organismo científico público más relevante de España, mientras en el nivel predoctoral, el más básico, la mayoría son mujeres (el 50,8%), en el escalafón más alto, el de los profesores de investigación, la mayoría son hombres (el 73,5%). Es decir las mujeres empiezan el maratón que supone dedicarse a la investigación, pero son ellos quienes acaban acaparando los puestos más relevantes (y mejor retribuidos). «En los años 2000 se avanzó bastante en materia de igualdad, pero en los últimos años nos hemos estancado», cuenta Lázaro.

«Es complicado de explicar. En la investigación siempre te tienes que ir de estancia fuera de tu país y quizás las mujeres tengan más condicionantes familiares, aunque no todo se puede resumir a eso», zanja la investigadora.

Diana Guallar es una científica aragonesa que en la actualidad está desarrollando su carrera en el Centro Singular de Investigación en Medicina Molecular y Enfermedades Crónicas (CiMUS) de la Universidad de Santiago de Compostela. El año pasado obtuvo la beca europea de investigación Marie Curie y la ha cambiado por la Ramón y Cajal, que también le han concedido y que es otra de las más prestigiosas y complicadas de conseguir. Esta última le permitir conformar su propio grupo de investigación y le asegura estabilidad para el futuro, puesto que cuando acabe tendrá un puesto fijo en su campus. Este año, además, va a ser madre por primera vez.

«El problema es que en la ciencia nadie te espera. Da igual si estás de baja por maternidad o por una enfermedad. Si te vas todo continúa sin ti. Pero quería ser madre, y ha sido ahora por la edad y por la estabilidad que lo he decidido», cuenta Guallar. Hoy, 11 de febrero, quiere mandar un mensaje de optimismo a todas las niñas que se quieran dedicar a la investigación: «Yo no he sentido discriminación directamente, pero cuando confrontas una opinión con más gente te das cuenta de que sigue habiendo machismo. Pero tengo suerte de haber nacido cuando he nacido y no antes. Mi experiencia es positiva, así que hay esperanza para todas las que quieran dedicarse a esto».

No todo son moléculas y tornillos

Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, Natalia López ha impartido dos charlas en dos colegios de Zaragoza. Esta investigadora prevé acabar su doctorado este año en la Universidad de Zaragoza y, tras recibir un llamamiento por parte del movimiento 11F, se animó a participar y difundir entre los jóvenes los valores de la ciencia y la igualdad. Pero López no es ingeniera. Ni química. Ni matemática. Es lingüista y su labor en los institutos también ha sido la de defender que las ciencias sociales y humanas también son eso, ciencia.

«Cuando envié la propuesta pensé que no me responderían en los colegios porque parece que una mujer científica tiene que ser una matemática o algo similar. Pero me sorprendí», cuenta López. El título de las clases que ha impartido era ¿Hacemos experimentos los lingüistas? ¿Hacemos experimentos los lingüistas?y con ellas quería demostrar o, más bien, dar a conocer, que en el ámbito de la filología también se aplica el método científico. «Yo sigo los mismos pasos que una persona que estudia moléculas. Aplicamos un método riguroso, aunque las implicaciones de nuestro trabajo pueden ser diferentes», explica.

López dice que ella no cree en la distinción tan férrea que existe hoy en día «entre lo que se entiende como ciencias y las letras». «Hay mucho desconocimiento sobre lo que estudiamos. Algunos creen que ser lingüista consiste en saber muchos idiomas», cuenta. Pero, ¿a qué se dedica López? «Mi rama es la psicolingüística y estudiamos los procesos cognitivos que subyacen del lenguaje, es decir, estudiamos lo que pasa en la cabeza cuando nos hablamos o leemos, por ejemplo», explica.

En las charlas en los colegios ha contado que en su departamento también cuentan con máquinas, como una que es capaz de monitorizar el movimiento de los ojos de una persona cuando lee para saber en qué palabras se detiene y cuáles son más sencillas de retener. «Es útil para después, por ejemplo, enseñar segundas lenguas. O también para configurar los asistentes de voz y los traductores», cuenta.

En su caso, desde que era adolescente tuvo claro que quería estudiar Filología. Y desde su primera clase en la universidad, se apasionó por la lingüística. Entonces decidió dedicar su carrera a la investigación. Hoy también es su día.