Laureano Oubiña es uno de los nombres propios que la operación Nécora de los años 90 del juez Baltasar Garzón llevó a la cárcel, uno los capos del narcotráfico en Galicia. Ha pasado «más de 32 años en la cárcel», solo 4 y medio por aquella sentencia del 2004, y hoy considera que ha llegado su momento o, como reza la portada de su libro Oubiña. Toda la Verdad, su «turno para contar mis vivencias sobre el contrabando y el narcotráfico internacional». El pasado viernes estuvo en Zaragoza firmando ejemplares en la Librería Central, una ciudad que visita «muchas veces» para ver a su abogado. Y por Aragón, donde trabajó «también mucho» en los años boyantes del negocio que le llevó a la cárcel, y el legal, «una empresa de transportes».

Su relato introduce muchos detalles pero «no hay arrepentimiento», reconoce, porque «no volvería a hacer algunas cosas que hice, como traficar con hachís, pero el arrepentimiento hay que hacerlo antes de cometer el delito, que es cuando sirve de algo», explica.

RELACIÓN CON ARAGÓN

«No pretendo lavar mi imagen», destaca Oubiña, que admite estar muy necesitado de responder a los titulares e informaciones del pasado. También la publicación de otro libro, Fariña, ha rescatado al presente un episodio que, afirma, hoy no tiene consecuencias en su convivencia con los vecinos de su tierra, a la que ha vuelto. Y a pesar, añade, de la «vergüenza» que siente por cómo se ha trasladado en la ficción televisiva: «La productora es de Galicia y por un puñado de euros pusieron a la zona de Cambados como si fuera Colombia o Sicilia, cuando nunca fue así». Pero como de relatos va su historia, él quiere poner en las librerías la suya, contada por él y desde su infancia.

Esta semana lo hacía en Aragón, en la capital, a 25 kilómetros de la cárcel de Zuera, una de las muchas por las que pasó en esas más de tres décadas privado de libertad. En dos ocasiones estuvo, recuerda con exactitud, «del 30 de marzo del 2004 a octubre de ese año, la primera, y desde febrero a junio del 2006. Estuvieron llevándome por todas las cárceles de España y nunca cerca de mi casa», explica.

También denuncia que «se me maltrató físicamente en Zuera». «Dos jefes de servicio de la prisión me sacaron el 13 de junio del 2006 a toda prisa de la ducha, me caí y empezaron a darme patadas y puñetazos», relata. «Me gustaría verlos hoy por la calle, a ver si tienen tantos huevos como entonces. Entiendo que le levanten la mano si el preso lo merece pero si llego a insultarles yo creo que me cuelgan», apostilla.

No es su único contacto con Aragón. También en su época de contrabandista recuerda que en la comunidad autónoma tenía clientela a la que traer pedidos. Siempre se ha hablado mucho de los que lo suministraban, y muy poco de quiénes le hacían pedidos. Tampoco ahora él quiere. «Yo solo hablo de mí, no de otros. Eso ya es agua pasada», afirma. Eran otros tiempos, aquellos en los que, apunta, llegó a introducir «entre 15.000 y 20.000 cajas» de tabaco por las que obtenía, dice, «2.000 pesetas por cada una». «Hay que tener en cuenta que entonces el salario de un trabajador podía rondar las 7.000 u 8.000 pesetas al mes», aclara.

Así que hoy esos 40 millones de pesetas que pudo ganar con el contrabando, parecen pecata minuta con lo que ahora se puede estar moviendo en lo que muchos ven el renacimiento de esta introducción ilícita de sustancias peligrosas. Pero él tiene muy presente aquella detención de la operación Nécora, «a las siete de la mañana en mi domicilio familiar y en mi habitación», no en el pazo millonario que adquirió, aclara, y que hoy sigue «muy tocado» porque lo perdido «no compensa» aquella ganancia.