Los Kirchner, Néstor y Cristina, se las tenían con Jorge Bergoglio en su época de arzobispo de Buenos Aires y ése sigue siendo uno de sus mejores avales como Papa. Frente al populismo de los sátrapas argentinos, su evangelismo. Frente a la demagogia del poder, el poder de la palabra.

Bergoglio tiene inquietos a los Roucos de este mundo, a los pelucones de la derechona, a la banca vaticana y, en general, al orden establecido, porque no se le entiende demasiado bien. Habla distinto, viste distinto, vive distinto. Y distingue muy bien a quienes se dirige: a los pobres, a los marginados, a las mujeres privadas de derechos, a los homosexuales...

Pero, hombre de Dios, le dirá alguno, ¿es que a estas alturas todavía hay que defender a los gais?

Desde un punto de vista, ya no evangélico, sino ecuménico, desde luego, pues son muchos los países cuyos códigos penales sancionan la homosexualidad con distintas faltas. En algún caso, aún, tal que en la Edad Media, con la muerte.

Por lo que a nuestro país se refiere, Rafael Herrero, con una comprometida novela (La plaza del silencio, editorial Al revés) se ha encargado de recordarnos que la situación de los gais no ha sido siempre la instaurada, o conquistada, a raíz de las leyes aprobadas por el ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero. En la España franquista estos españoles sufrieron por su condición sexual marginación social y persecución por parte de las fuerzas policiales. Algunos escritores, como Terençi Moix, describieron aquella sórdida situación y sus sentimientos de frustración y rabia, a menudo sólo exorcizados por el arte.

Como vuelve ahora a hacer Rafael Herrero, trasladándonos en el tiempo a los últimos años del franquismo y en el espacio al barrio de Chueca, antes de que se convirtiera en una referencia mundial para la comunidad gay. En clave de novela negra, el autor nos pinta aquella España, donde los policías daban más miedo que los chorizos, y donde ser maricón era sospechoso de conducta irregular. Con mano firme y sensible a la vez, Herrero nos va guiando por un descenso a los infiernos, iluminando a base de claroscuros la agonía de Franco y la agónica lucha de los protagonistas de La plaza del silencio por aflorar a un mundo más libre.

La novela favorita del Papa Francisco es Los novios, de Manzoni, pero ésta de Herrero también le gustaría mucho.