Ciertamente, podíamos habernos ahorrado varios meses de dimes y diretes -cada cual a lo suyo−, pero ya tenemos presupuestos en Aragón. Y a mí ¿qué?, puede pensar usted, amable lector interesado en la gastronomía, mientras degusta su vermú -ahora es lo más cool−, quizá acompañado de un pincho y una tapa.
Pues a usted mucho. Y no solo como ciudadano común, que también y mucho, sino como aficionado y consumidor de barras y mesas. Pues gran parte de los eventos que disfruta, desde los concursos de tapas hasta el festival Aragón con Gusto, pasando por el Certamen de restaurantes o fiestas populares, son posibles -o mejores− gracias a la aportación de dinero público, que puede librarse, precisamente, por la aprobación de los presupuestos.
Estas ayudas o subvenciones no hacen más que devolver al común lo que el sector aporta al erario público en forma de impuestos. Que las tienen casi todos los sectores, desde la agricultura a la industria, y es una forma de ejercer las políticas concretas de los partidos en el gobierno. Por ejemplo, unos apoyarán a las grandes franquicias y otros a los restaurantes familiares; a la macroindustria agroalimentaria o a las explotaciones asentadas en el territorio. Cuestión de gustos e ideología.
Pero es cierto que, en estos tiempos de crisis, nuestros administradores -pues no otra cosa deberían ser los políticos− han descubierto la bicoca que resulta la gastronomía y gran parte de la agroalimentación. Construir un hospital, arreglar una carretera, prevenir los incendios forestales, son asuntos onerosos y a largo plazo, que quizá quien lo firme no aparezca, años después, en la foto.
Sin embargo, apoyar un festival gastronómico, un concurso de tapas, un certamen de restaurantes, una campaña de promoción de alimentos artesanos cuesta muy poco -unos cuantos ladrillos o asfalto− y supone una feliz aparición en los medios. Además de lo importante, permitir el desarrollo de un sector generador de actividad económica y, lo más importante, felicidad.
¿Para eso ha habido que esperar hasta mayo?
