Circular por las carreteras de la ribera alta del Ebro durante los días que duró la riada era, a toda vista, espectacular. Los paisajes resultaban en muchos casos irreconocibles e inverosímiles. El fotógrafo paraba el coche en la cuneta y disparaba. Era la única manera de demostrar la realidad de la furia del Ebro. Al acudir de nuevo al lugar, la sorpresa fue descubrir todo aquello que el agua escondía. ¡Había un camino!