Las connotaciones aprensivas o impresionantes no entran en la sala de disección de la Facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza. Un espacio que, pese a estar ubicado en el sótano del edificio, no es frío, ni oscuro. Ni tampoco huele mal por la presencia de los cadáveres embalsamados. De hecho, la pulcritud que ofrece el lugar y el cuidado de la higiene en sus salas son exquisitos.

En cada una de las mesas alrededor de las cuales se sientan los estudiantes para analizar las piezas se respira a diario buen ambiente e ilusión por aprender. También en la repisa rectangular sobre la que se practican las disecciones a los cuerpos, que reposan con un color verdoso sobre el acero. "Tenemos una actitud respetuosa frente a los restos que pertenecieron a una persona, pero hay que hacer del contexto una situación lo más normal posible", apunta el doctor Juan de Dios Escolar.

Ser útil al morir

Cuando una persona se transforma en un conjunto de piezas anatómicas entra en otro plano de la realidad. Un plano en el que también hay sentimientos. "Se piensa que no, pero existen", matiza el profesor. "Me hace ilusión escuchar a un donante que viene y me dice, sin que yo le pregunte, que cede su cuerpo porque quiere seguir siendo útil cuando muera. Eso me llama la atención y, como investigador, lo valoro", dice.

A partir del momento en que se pone cara al donante, los sentimientos fluyen de forma intrínseca. "Hay cuestiones afectivas que la gente pasa por alto", apunta Escolar. "No se puede mantener un contacto con el donante, porque eso puede derivar en una relación de afectividad. Y, entonces, el día que su cuerpo llega al depósito la situación es muy dura", reconoce.

Pese a esa distancia marcada profesionalmente, nadie manda en el corazón de profesores y alumnos. "Tratamos a personas que ceden su cuerpo porque valoran nuestro trabajo. Hay días que te marchas a casa hecho polvo y, por eso, hay que hacer del buen rollo algo habitual".