Cada vez se habla más de los fenómenos subjetivos como factores esenciales del acontecer político y social. Ahora mismo basta con escuchar a los gurús de la postmodernidad neoconservadora, y se comprueba cuánto gustan de utilizar los conceptos que mejor engranan con el mundo emocional: los sentimientos, los símbolos, los valores. ¿Qué pasa?: ¿que el Gobierno central se ha hecho la lengua un lío con los idiomas de la periferia y ha presentado a la UE tres (idiomas) diciendo que son cuatro?, ¿qué los nacionalistas catalanes se han puesto como basiliscos porque el habla clonada es justamente la suya?, ¿que la derecha de Valencia anda también cremá pues, aunque acepte que en su tierra se habla un lenguaje igualito que el catalán, se ha empeñado en que no es tal sino puro valenciano? Uno, desde fuera, puede pensar que todos los partícipes de tan absurda polémica se están preparando para competir en un concurso internacional de tontolabas. Pero no: es que les mueven los sentimientos . Vaya por Dios.

También en Fraga (la ciudad aragonesa, no el personaje gallego) los hay que aún aseguran que su lengua vernácula no es catalán, sino fragatí . Y temo que los castellanoparlantes no contagiemos del virus un día de éstos y aparezcan los andaluces reclamando idioma propio, que lo tendrían a huevo a la vista de las variantes fonéticas con las cuales adornan y dan esplendor al español.

Símbolos determinantes: las banderas, los escudos (con sus Santiagos matamoros, sus cabezas cortadas, sus leones asesinos, sus terribles águilas), las denominaciones de origen, las santas vírgenes de cada pueblo... El PAR le quiso poner una cruz de San Andrés a la bandera cuatribarrada para que no fuese igual que la de Cataluña. La derecha valenciana se agenció para su senyera una banda azul diferenciadora, dejándola cual etiqueta de vino Paternina . Y así nos vamos entreniendo con estas fruslerías (¿o no?) subjetivas.

(Continuará)