España es uno de los países que tiene una mayor expectativa de vida en el mundo, solamente detrás de Japón. Esta posición privilegiada se debe, al menos en gran parte, a los hábitos de vida saludables que presenta tradicionalmente la población española. Las enfermedades no transmisibles relacionadas con la nutrición son responsables de la mayoría de las muertes en nuestro país. Entre ellas se encuentran principalmente las enfermedades cardiovasculares (infarto de miocardio, ictus y otras) y el cáncer. Estilos de vida asociados con estas enfermedades son la obesidad, especialmente cuando el exceso de grasa se deposita en la región abdominal, la hipertensión arterial, la diabetes del adulto (tipo 2) y la dislipemia (triglicéridos elevados y colesterol HDL/colesterol «bueno» disminuido). Los hábitos de alimentación y actividad física condicionan que estas anomalías asociadas a la obesidad estén presentes o no en cada persona.

El patrón de alimentación tradicional en España, se corresponde con la conocida Dieta Mediterránea. Este patrón de alimentación era el que se consumía en los países del sur de Europa en la década de los años 60. Desde ese momento, hasta la actualidad, se han producido cambios notables en nuestra alimentación. En nuestros hogares se cocina con menos frecuencia y, en todo caso, el tiempo dedicado a cocinar ha disminuido drásticamente, especialmente con la incorporación de la mujer al mercado de trabajo.

EN LAS TIENDAS y mercados encontramos un gran número de alimentos preparados o semipreparados. Muchos de ellos tienen un elevado contenido en sal, que contribuye a la elevación de la tensión arterial, y de grasa, especialmente grasa saturada, que aporta una elevada cantidad de calorías y tiene un efecto negativo en el metabolismo del colesterol. En la actualidad, se da la paradoja que los niños de países del norte de Europa, alejados del Mediterráneo, siguen un patrón semejante al de la Dieta Mediterránea tradicional, mientras la población infantil española, está lejos de ello. Esto representa un riesgo importante de desarrollo de enfermedades relacionadas con la obesidad en el futuro próximo de estas nuevas generaciones.

EN LA ACTUALIDAD, no se concibe tratar la alimentación/nutrición, sin tener en cuenta el otro lado de la balanza; es decir, el consumo de calorías, cuyo componente modificable más importante es la actividad física. El modo de vida tradicional en nuestro país, implicaba amplios desplazamientos caminando, para ir al trabajo o a la escuela, en el caso de los niños. Además, la configuración de los pueblos y ciudades, con un número mucho menor de vehículos, permitía desarrollar numerosas actividades al aire libre. Todo ello ha cambiado en las últimas décadas del siglo pasado y primeros años de este siglo. Ello ha traído de la mano la limitación de los lugares públicos para la realización de actividades que implican movimiento y, por lo tanto, gasto de calorías. Esta tendencia parece estar corrigiéndose, al menos en parte, en los años más recientes. En muchas ciudades, las autoridades locales están haciendo esfuerzos para mejorar la situación, por ejemplo, incrementando el número de carriles bici, es decir, vías por las que prioritariamente pueden circular las bicicletas.

EN LAS ÚLTIMAS décadas, en paralelo a los cambios en los estilos de vida, se han producido también cambios notables en la frecuencia de las enfermedades relacionadas con los mismos. El cambio más dramático se ha producido en la frecuencia de la obesidad, el cual se produjo principalmente en las décadas de los años 1980 y 1990.

De manera conjunta, la frecuencia del sobrepeso y obesidad en la población adulta española se encuentra por encima del 50 %, siendo más frecuente en las mujeres que en los varones. En la población infantil, se estima que al menos un tercio de los niños españoles presentan sobrepeso u obesidad. La obesidad no es un problema solamente estético o de exceso de grasa corporal; es una enfermedad con posibles manifestaciones en todos los órganos y sistemas de nuestro organismo. Las más frecuentes son las de índole psicológico, como por ejemplo, la baja autoestima. Las que tienen más impacto para nuestra salud a medio y largo plazo son las de índole cardiovascular, como la hipertensión arterial, o las endocrino-metabólicas, como la diabetes del adulto. La elevada frecuencia de la obesidad, junto con la de sus manifestaciones asociadas, podría condicionar en el futuro un aumento del número de muertes, que además se producirían en edades cada vez más precoces.

EN ESTOS ÚLTIMOS 30 años, se han producido cambios profundos en nuestros estilos de vida, que han implicado un aumento de las enfermedades no transmisibles relacionadas con la nutrición y los estilos de vida. Deberíamos aprovechar las oportunidades que nos brinda recuperar el patrón de alimentación Mediterráneo y la tendencia a realizar más actividad física con el objetivo de mejorar nuestro estado de salud. De esta manera, conseguiremos mantener la elevada expectativa de vida de nuestras futuras generaciones.