Más de 6 horas sin marcar en jugada, el 60% de la posesión a favor en su debut en el banquillo en Elche (61, en concreto), una cifra muy significativa pero finalmente inofensiva, como ya había sucedido en Almería o contra el Lugo, y los 60 primeros minutos en el Martínez Valero, de los que Lucas Alcaraz quedó satisfecho por la forma de controlar el juego a la espera de encontrar la verticalidad y el peligro perdido. El 666, el número que refleja la imperfección de este Real Zaragoza, evocación de todo lo negativo que le ha ocurrido en este inicio de Liga: dominio abusivo pero estéril del balón, muchas veces como consecuencia de los planes de los rivales para los que aún no ha encontrado antídoto, serios problemas para convertir ese predominio posicional en gol, especialmente desde la caída en combate de Álvaro y Gual y concentración de excesivos e incalificables errores individuales en defensa, protagonizados principalmente por los centrales, aunque no solo por ellos.

Esta es la realidad que se ha encontrado Lucas Alcaraz y a la que tendrá que poner remedio para que el Real Zaragoza alce el vuelo. Aprender a descifrar las trampas de los contrarios, convertir su tiranía con la posesión en tiranía en el resultado, ganar verticalidad (y para ello necesitará el atrevimiento y el regate de sus futbolistas, como bien enseñó Alberto Benito en Elche) y, sobre todo, ir recuperando lesionados, algunos hombres del todo vitales.