Sé que a Alberto no le gustará esta reflexión comparativa. Aun así, me lo pide el cuerpo (en eso tenemos mucho en común), que por lo general motoriza los sentimientos ajeno a los impuestos no siempre naturales del raciocinio. La zozobra que atormenta al club no solo está provocada por su desvalijado escenario económico. Hay mucho más, y afecta a las personas, al aplanamiento del factor humano y profesional que sufre la institución y que se refleja, lógicamente, en los resultados. Las últimas, altivas, insensibles y desmañadas declaraciones del presidente Christian Lapetra, presidente del club por la gracia de algún dios un poco zote, desacreditan al personaje como titular del cargo que okupa. Y no es la primera vez. Después de una temporada sangrienta que pedía un discurso sensible y autocrítico, sale a escena con cuchillo de carnicero. La continuidad de este repetidor de por vida en diplomacia solo se entiende dentro de un marco empático con sus palabras; es decir que la mayoría de los que gobiernan el Real Zaragoza piensen de la misma manera y Lapetra sea, como casi siempre, un portavoz de juguete.

Cada vez que observo a Alberto Belsué ejerciendo de delegado, me enorgullezco y me emociono. Desde ese puesto de vigía, consejero a bote pronto de entrenadores y relaciones públicas del universo que compone todo encuentro, una de las últimas y grandes leyendas del zaragocismo cumple con su modesto pero importante trabajo, con la responsabilidad del mariscal que aún es y la de fiel soldado que le ha reservado el destino. Su función no reclama focos ni atrae elogios, pero él se deja la piel y el corazón (y la piel del corazón) durante los 90 minutos para facilitar las maniobras en intervenir cuando es reclamado y cuando su afilado instinto se lo reclama. No puede, sin embargo, abstraerse de un amplio abanico de gestos que le entroncan con el zaragocismo más puro y con el fútbol en vivo y en directo. También con el conocimiento de este deporte, del que sabe y entiende como el que más. Con la cuatribarrada en el brazo recibe como un padre a los jugadores que son relevados vengan con cara alegre o mustia; celebra los goles como si fueran suyos y se suma al abrazo como uno más; no cesa de animar con un optimismo desbordante... Si le ofrecieran el puesto de presidente, seguramente lo rechazaría, pero se me ocurren pocos o ninguno nombre más con el que la afición se sintiera mejor representada. Mientras, aprendan y disfruten de don Alberto Belsué, un mito de carne y hueso con un león bordado en el alma.