Nada más cruzar Dani Pedrosa (Honda) la línea de meta del Gran Premio de Australia, que ayer congregó a 42.536 personas en Phillip Island, más de 1.500 aficionados en Castellar del Vallés y millones de telespectadores, un F-18 provocó un estruendo ensordecedor en el cielo.

Era la señal que anunciaba al mundo el nacimiento de un nuevo astro, de una nueva estrella, de una nueva galaxia. La Honda de Pedrosa provocó una estela de luz, de gloria, capaz de deslumbrar al mundo entero. La misma que generaría, minutos más tarde, su amigo Valentino Rossi (Yamaha) al romper todos los pronósticos y renovar su título mundial de MotoGP a lomos de una de las motos más perdedoras de los últimos tiempos, la Yamaha M1.

Pedrosa empezó a rescribir ayer la historia del motociclismo. Ningún otro joven, tan joven, tan metódico, tan serio, tan cerebral y a la vez agresivo, tan sabio, tan pícaro, había sido capaz hasta ayer de lograr sumar dos títulos a los 19 años y 18 días. Ni siquiera el doctor Rossi, hasta entonces el más joven bicampeón con 20 años y 250 días, ha podido resistir el empuje del chico más azul de su quinta.

La grandeza de Pedrosa no sólo se mide por ir abrazado a la gesta de Rossi sino porque, nada más cruzar la meta, fue entrevistado por otro de los grandes, el australiano Mick Doohan, pentacampeón del mundo de 500cc. "Cuando le he mirado a los ojos --explicó el sabadellense-- he visto la felicidad en su rostro. Su cara estaba tan iluminada como la mía. Sólo él, sólo un campeón como Mick, podía saber lo que estaba pasando por mi cabeza".

CARRERA ESTRATEGICA Dicen que Dani salió a la pista a ganar el título. Y dicen bien. Alberto le susurró al oído en la parrilla que no quería sorpresas, ni atrevimientos, ni riesgo alguno. "Nos jugábamos demasiado todos para asumir más riesgos de los necesarios. Ya tuvimos bastante con el fin de semana que nos ha tocado vivir".

Pedrosa empezaba las 25 vueltas de la carrera como flamante campeón del mundo. Tenía suficiente con quedar entre los 14 primeros --el 14º, que fue el español David de Gea, quedó a casi un minuto y medio del vencedor-- y toda la serenidad del mundo para conseguirlo. Por eso dejó que se escapasen las Aprilia de Porto y De Angelis.

Desde el muro, Puig observaba el cénit de su obra. La pizarra que le enseñaban tan sólo marcaba las vueltas que faltaban (L3, L2 y L1). No hacía falta decir más. Estaba todo hablado. La pintura azul con la que maquillarían el rostro de Dani --"sólo yo he tenido valor de pintarme"-- estaba a punto, como las camisetas de bicampeón, en cuyo dorso podía leerse: "Fuerza y honor".

El estruendo del F-18 anunció la llegada del nuevo birey . Una gota de ilusión se ha convertido, en menos de cinco años, en un mar de gloria. Pedrosa gritó: "¡victoria!", y dejó que los otros, viejos perdedores, se subieran al podio. Luego fue él quien ascendió al limpio cielo australiano. Por poco choca con el F-18. Allí donde más tarde se vería con Rossi, alguien le preguntó si llegará a ser su sucesor. El terrible dijo: "No quiero batir a Rossi, sino ser yo mismo".