No faltó ningún aliciente. Ni siquiera el abrazo con el apóstol Santiago en el interior de la catedral de Santiago. Música, himno y los colores de la bandera española en el vendaje compresor de la rodilla derecha, la de la discordia, la que le obligó a retirarse en el Tour. Ayer se cumplieron dos meses. Y cuatro semanas más tarde, Alberto Contador se proclamó vencedor de una Vuelta excepcional, tintada de Tour, emocionante y en la que Chris Froome se erigió como el gran rival, un contrincante que no se ha rendido hasta el final, al buscar con ahínco un triunfo que quería y necesitaba.

Contador ganó su tercera Vuelta, en una crono de trámite, deslucida por la lluvia --qué sería de Galicia sin el agua--, en la que todos los favoritos, incluido él y Froome, disputaron la etapa final con precaución, más pendientes de no caer que de marcar un buen tiempo --el ciclista italiano Adriano Malori, del Movistar, que corrió con la calzada seca, se llevó la victoria--.

Porque la ronda española llegó a Santiago decidida y bajo la batuta de Contador, el ciclista que apareció en la carrera "de rebote", según sus palabras, con los lógicos temores tras su accidente en el Tour pero lejos de apuntarse sin entrenar. Solo Contador conoce el sacrificio que le costó preparar la Vuelta. Pero también solo él sabe que entrenó y entrenó, en Suiza y en Madrid, para presentarse en Jerez con un reto claro, que no era otro que la victoria final en una prueba en la que sintió como nunca, en cada pueblo y en cada ciudad, el calor del público. Fue en una Vuelta que por una vez salió gratificada por las bajas del Tour y que solo lamentó la caída en Pamplona de Nairo Quintana.

El colombiano y Nibali ya esperan a Contador y a Froome en la próxima edición del Tour. "El Tour es lo que marca y condiciona más. Pero a mí derrotar a los mejores del mundo es lo que más me gusta y motiva. Todavía no sé qué calendario afrontaré el año que viene, pero no creo que sea diferente al del 2014", dijo un feliz Contador.