Jonah Lomu no se rinde. Ni ante el rival más difícil, uno al que no le ve la cara para eludirlo con una de sus memorables galopadas, pero que le persigue desde hace casi ocho años. Una enfermedad renal amenaza con postrar en una silla de ruedas al mejor jugador de rugby de la última década si no recibe un trasplante de riñón. Esta semana, el símbolo de los All Blacks de Nueva Zelanda explicó su drama en una televisión. Tiene dificultades para caminar. Ocho horas diarias de diálisis (mientras duerme) seis días a la semana dejan huella.

Lomu nació para jugar a rugby. El ala neozelandés es un coloso de 1,96 metros y 125 kilos a quien se ha comparado con un elefante por su potencia y con una pantera por su velocidad. Saltó a la fama el 26 de junio de 1994 cuando se convirtió, con 19 años y 45 días, en el internacional más joven de la historia de Nueva Zelanda. Un año después maravilló con cuatro ensayos en la semifinal de la Copa del Mundo ante Inglaterra.

El mundo del rugby se rendía ante un joven de una familia obrera, originaria de Tonga (una isla de Polinesia), nacido en los suburbios de Auckland. Lomu era como Superman y nadie parecía capaz de frenar a un gigante tan fuerte y tan rápido (corría los 100 metros en sólo 10.8 segundos). Su fama llegó hasta la NFL y varios equipos estadounidenses de fútbol americano le tentaron con ofertas millonarias. "Amo este deporte y por eso juego. Si lo hiciera por dinero no seguiría en mi país", dijo el jugador de 28 años.

Enfermedad crónica

La carrera de Lomu halló un obstáculo imprevisto. A finales de 1996 se le diagnosticó una enfermedad crónica en el riñón, por una alteración que reducía sus proteínas en la sangre al ser expulsadas directamente por la orina.

Entonces empezó su lucha contra la opinión de los médicos. Lomu se resistía a un trasplante que pusiera en peligro su carrera. Pero todos los tratamientos no dieron resultado y su salud empeoró en el 2002. Desde el 23 de noviembre de ese año no ha vuelto a jugar con los All Blacks. Por ahora no ha prosperado, por alguna incompatibilidad, la donación de un familiar. Lomu puede seguir con la diálisis unos tres años, y está estimado en 30 meses la espera de un órgano en Nueva Zelanda. Para los maorís, como él, es mayor porque hay menos donantes polinesios. El no se rinde: "Mi trabajo aún no está terminado y quiero hacerlo", dice.