Sigue diciendo que si no se llega a caer el domingo del Jura, en la etapa que acabó en Chambéry, y que si no se estampa otra vez sobre el asfalto en la insignificante etapa de Pau, previa a los Pirineos, mañana estaría luchando por el jersey amarillo. Herido, como si un mal espíritu lo persiguiera en el Tour desde el 2010, quizás ayer fue la última vez que el aficionado al ciclismo vio a Alberto Contador subir por una cumbre del Tour. El año que viene será el último en la vida deportiva del corredor madrileño y en el entorno de su equipo ya se destapa la posibilidad de que se despida del ciclismo profesional corriendo el Giro y la Vuelta y olvidándose del Tour. Todas las etapas principales de montaña, tanto en los Pirineos como en los Alpes, han contado con algún ataque de Contador. De hecho, entre el top ten de la carrera que cierra el corredor español, él ha sido el único que ha demarrado de lejos.

Contador atacó en el Peyresourde, aunque fue capturado, y al día siguiente se marcó un espectáculo marca de la casa, camino de Foix, poniendo en jaque a la ronda francesa al llevarse a su estela a Mikel Landa. Así es Contador. No tendrá la furia del pasado, pero a la que puede se escapa, aunque el empeño le haga morir deportivamente en el camino. Sin embargo, así disfruta, también en los Alpes.

Ahora vive una batalla de posicionamiento en su equipo, al que quiere forzar para que le rodee de buenos escaladores en la Vuelta (empieza dentro de un mes) y se olvide de alinear a llaneadores preparados para lanzar a John Degenkolb en los pocos esprints que habrá en la ronda española. Lo más seguro es que gane este combate mientras aguarda en silencio una decisión para el próximo año.