Tímido hasta límites imposibles, familiar, sencillo y loco por el fútbol. Oscar González (Salamanca, 1982) ha destacado desde pequeño en los terrenos de juego, en los que difícilmente pasa desapercibido, y ha optado por una vida discreta y absolutamente personal fuera del deporte. Es difícil encontrarle por la noche en los bares de moda, no dilapida su pequeña fortuna en coches o en lujos innecesarios ni ha perdido la cabeza porque a los 22 años haya vuelto a ver cómo dos clubs se peleaban por ficharle. Ya le ocurrió a los 14. Sus primeros pasos fueron en la escuela de fútbol de Santa Marta de Tormes, una localidad dormitorio situada a menos de diez kilómetros de Salamanca. Su juego llamó la atención en el equipo de la capital y en el Valladolid, que finalmente consiguió su ficha por una módica cantidad, gracias a la habilidad negociadora de Ramón Martínez.

En Pucela vivió en la residencia en la que el club instalaba a sus jóvenes perlas, y a la que todavía vuelve para comer de vez en cuando con sus excompañeros del filial. También vuelve a menudo a Salamanca, para pasar el día con sus padres, siempre que el técnico le concede un día libre, y para ver al Santa Marta en Tercera División cuando sus encuentros no coinciden con los del Valladolid. Ese apego a las raíces y su pasión por el fútbol son los rasgos visibles de un jugador casi hermético aunque accesible.

La familia es muy importante en su vida y ha sido un factor clave para decidir su fichaje por el Zaragoza. El otro ha sido su novia, hija de un arquitecto de la Universidad de Valladolid. Quienes le conocen aseguran que se le ve muy enamorado, y que la opinión de ella ha decantado a Oscar por Zaragoza en detrimento del Mallorca. Además de novia y familia, dedica su tiempo libre a jugar con la video consola y a ver películas en DVD. En casa, claro. El resto, es todo fútbol.

Tranquilo y frío fuera y dentro del campo, vive obsesionado con el balompié. Su afición le ha llevado a ser un experto en fútbol internacional, después de devorar con avidez cualquier partido de cualquier competición que pueda ver por la tele. Conoce equipos y futbolistas de todo el mundo, pero sobre todo se fija en los que ocupan su posición, buscando un detalle, un truco, un secreto con el que mejorar su juego. En los últimos meses, su fijación han sido los lanzamientos de falta y a ellos ha dedicado horas tras los entrenamientos. Meticuloso y constante en su preparación, su único objetivo es seguir aprendiendo.

Su progresión en el Valladolid ha sido meteórica. Llegó al equipo cadete, pasó al juvenil y, hace tres años, comenzó a formar parte de la primera plantilla. En la campaña 2002-03 le correspondió un dorsal propio y Pepe Moré comenzó a administrarle sus primeros minutos en Primera División con cuentagotas. En la recién terminada temporada no empezó con buen pie. Los primeros encuentros los vivió desde el banquillo y se acomodó en esa posición hasta que decidió cambiar las tornas, sacó a relucir su carácter y terminó siendo titular indiscutible en el equipo. Su fútbol es una realidad pero con serias posibilidades de mejora, dada su juventud. Su posición natural está en la media punta, pero su trabajo para el equipo le hace tener presencia en las dos áreas, es un buen pasador y sabe utilizar la cabeza, en el fútbol y en una vida tan discreta como propia.