Obras sin terminar, caos circulatorio, calor, polución, amenaza terrorista, dopaje. Los Juegos Olímpicos vuelven a su origen, aunque no lo parezca. Zenón dijo en este mismo escenario, hace 2.400 años, que todo movimiento es un engaño, una ilusión. Y para demostrarlo se inventó una paradoja en la que Aquiles nunca alcanzaba a una tortuga a la que había dado una pequeña ventaja en la salida. Para muchos atletas, esa ventaja con la que parten otros atletas parece inalcanzable, no sólo para ellos; también para la lógica y la justicia.

Victorias fraudulentas

El premio era entonces una sencilla corona de laurel. Machacaban los testículos de un toro y bebían su infusión para darse valor antes de saltar a la pista. Ahora el valor de 100 toros se puede encontrar en una pastilla de 100 miligramos, y el premio por una victoria fraudulenta incluye una herida moral que hace millonarios a médicos, laboratorios y traficantes, pero que tarde o temprano acaba con el semidiós reducido a una mísera condición humana, repudiado por los dioses. Lo hemos presenciado de forma cruel con el Chava Jiménez, con Pantani. Lo vimos con Florence Griffith. Lo apreciamos en la mirada de Ben Johnson.

Marion Jones está en la antesala de entrar a formar parte de esta lista negra, la del dopaje. La batalla que librará en Atenas, en un foso de arena, trascenderá sin duda la polémica cubierta de Calatrava. Jones, una atleta ganadora, energética y extrovertida, posee los ingredientes suficientes como para protagonizar una tragedia más de usar y tirar que griega. Tiene un pasado de inmigrante beliceña hecha a si misma en las canchas universitarias del baloncesto americano; un exmarido (C. J. Hunter) presumiblemente revanchista, cazado cuatro veces --una de ellas en Barcelona, en 1999- con algo más que té de toro en su sangre; varios agentes del FBI investigando sus movimientos, sus cuentas, sus llamadas al laboratorio Balco; un bebé con el hombre el más rápido del Planeta, Tim Montgomery, también en la lista de Balco, capaz de superar en el 2002, con 9.78 segundos en los 100 metros, el exceso de velocidad de Ben Johnson de 1988; y un reto, el salto de longitud, en el que Marion nunca ha ganado el oro. Jesse Owens lo hizo, Carl Lewis lo hizo; Jones aún tiene que hacerlo.

El caso Balco es el iceberg que amenaza con hundir el buque insignia que el equipo estadounidense siempre envía con orgullo a unos Juegos: la velocidad, el esprint, el hombre o la mujer más rápido del mundo, una nostalgia ancestral que permanece latente entre los estadounidenses y surge cada cuatro años. El peregrinaje de algunos velocistas para recibir en Sacramento la pócima del laboratorio Balco es ahora el talón de Aquiles del atletismo de EEUU. Su producto estrella, el invisible anabolizante THG, ha dejado de serlo por las guerras de intereses entre las empresas privadas y el revanchismo entre los atletas.

Muchas ausencias

En la lista de implicados aparecen la pareja más rápida del mundo, Marion Jones y Tim Montgomery, y buena parte de los mejores velocistas, como Kelli White, Torri Edwards, Calvin Harrison... La mayoría ni siquiera viajará a Atenas. Están inmersos en la paradoja de Zenón: corren más, pero no pueden dar alcance a la tortuga, que avanza como la justicia deportiva de la USADA (Agencia Antidopaje de EEUU) y de la AMA (Agencia Mundial Antidopaje): muy despacio, pero inexorablemente.

Por fortuna, atletas como Maurice Greene parecen haberse salvado del hundimiento de este Titanic deportivo antes de arribar a El Pireo. Pero Greene ya no es el que era. La pasada semana en París fue derrotado fácilmente por Francis Obikwelu, un nigeriano que estuvo viviendo un año en los vestuarios de una instalación deportiva lisboeta, semioculto, hasta que corrió tanto que alcanzó los papeles.

La inmigración africana y antillana a Europa y los países del Caribe serán los grandes beneficiados por esta crisis. El último rey del hectómetro, el ganador en el Mundial de París-03, Kim Collins, procede de una isla, Saint Kitts y Nevis, cuyos habitantes no llenarían el estadio de Atenas. Y quedan por vender un montón de entradas.