El Real Zaragoza no transmite nada, si acaso una imagen hueca de norte a sur, de este a oeste, como si todas las corrientes marinas le invitaran a ahogarse en ese vaso de agua cada vez menos lleno de esperanzas y rebosante de bastantes mentiras. No sabe dónde está, a qué juega, quién debe tomar el mando, proclive a la depresión y a los errores. Un desastre táctico, una malagana atacante, un paseo a media noche por el camposanto de las desgracias como esa mano de Grippo o la lesión de Álvaro Vázquez. En estos momentos, es musa perfecta de los poetas suicidas. Por Soria anduvo, como diría Joaquín Sabina, "más triste que un torero al otro lado del telón de acero... Vacío como una isla sin Robinson". Si es que alguien tuvo la oportunidad de ver su figura fantasmagórica, arrastrando las sonoras cadenas del destino y las de su entrenador, a quien le ha dado por experimentar en la cripta. Imanol Idiakez no está ayudando a buscar soluciones. A poco que se tuerce algo, opera a corazón abierto en lugar de aplicar el tratamiento más adecuado. ¿Igbekeme de mediapunta? La decisión es de las que cuestionan mucho su cualificación.

Ahora toca apuntar al técnico (sonará esta música durante la semana), que ya se había ganado lugar de privilegio en la diana. No es injusto hacerlo porque contra el Numancia estranguló a sus jugadores con los cordones de su propio zapato, con una alineación con cuatro pivotes defensivos y uno de ellos, el nigeriano, dedicado a tareas que no le corresponden y que erosionan sus verdaderas cualidades. Con Eguaras visiblemente atrofiado aún por la pubalgia y con Igbekeme de espaldas a la portería, a la criatura se le fueron cayendo todos los tornillos de la cabeza. Álvaro y Pombo quedaron aislados por completo, como si hubieran cometido algún pecado mortal. Ros y Zapater están para un descanso, no para cubrir kilómetros ni para abanderar la parcela física. Horizontal, con pelotazos infames de los centrales y Cristian de pasador desde su área, el Real Zaragoza envío demasiados mensajes de su raquitismo competitivo a un rival de talla media que poco a poco fue creciendo con modesta pero firme aplicación. Con las áreas vírgenes de pisadas, las del equipo de López Garai se hacían oír muy cerca con mayor convicción. El encuentro no aguantaría un pase en un teatro de barrio, y en ese desfile de actores mediocres se infiltró el equipo aragonés para colarse en la segunda parte, donde volvió con los bolsillos todavía más vacíos e Idiakez columpiándose en las dudas.

El horror se puede explicar, y no solo incidiendo en el entrenador como cabeza de turco permanente. La plantilla va justo de todo menos de portero (Cristian está a la derecha del padre). Puedes hacer creer que esto es jauja, que es el año del sí y pavonearte de que tienes 27.000 socios, sin duda lo mejor que le ha ocurrido a este club en los últimos diez años. Pero en el campo, la realidad es una guillotina. Sin centrales serios --y encima te cargas al más destacado, Álex Muñoz--; con una medular enferma por las ausencias y estados de forma muy bajos y una línea atacante sobrecargada en las alineaciones, sobreactuada en los gestos y sin un solo francotirador para disparar más allá de 15 metros, te conviertes en un hombre caminando por la milla verde, hacia la ejecución. El Numancia esperó sentado aunque muy despierto para ver el cadáver de su enemigo pasar. Y pasó en un brazo suelto de Grippo que terminó en penalti. Estaba escrito: a Idiakez, que acabó el partido con Soro (le mete siempre en los jardines más espinosos), Pombo y Medina intentando hacer como que se busca el empate, en lugar de crecerle los enanos directamente le menguan. Por sus cosas, por las que le han hecho creer y ha admitido... La directiva hallará un remedio, el de siempre, y vendrá otro. El Real Zaragoza lleva mucho tiempo siendo un santo sin paraíso por mucho que la temporada pasada estuviera a punto del milagro.