Francia sudaba ayer bajo los efectos de la canícula y el Ministerio de Sanidad lanzaba consejos contrapuestos a lo que millones de espectadores estaban viendo por televisión, el Tour, a más de 40 kilómetros por hora, con ciclistas que circulaban con hielo en la espalda y en el cuello y tirándose una y otra vez agua sobre la cabeza. No salgan de casa, beban mucha agua y no practiquen deporte pedían las autoridades del país. ¡Y el Tour dando una vuelta de 170 kilómetros alrededor de Nîmes con el termómetro cercano a los 40 grados!

De buena mañana, en los hoteles, los equipos se preparaban como si fueran a atravesar el desierto del Sáhara. Algunos masajistas habían comprado la tarde anterior medias en comercios de lencería. Y no porque fuesen a preparar alguna fantasía sexual. La media se llena de hielo, desde el encaje del pie hasta la apertura del muslo, donde se hace un nudo resistente. El corredor se coloca la media helada sobre la espalda y el hielo se disuelve sobre la piel, como si estuviera en una copa de ginebra y tónica.

Valgan las palabras de Mikel Landa, pronunciadas en la meta de Nîmes, sudando tinta. «Ha hecho mucho calor. Pasará factura en los Alpes». En los Alpes, a partir de mañana, se anuncian temperaturas de tormento y hasta parece complicado que vaya a refrescar sobre los 2.000 metros. A los Alpes no llegará uno de los favoritos, el danés Jakob Fuglsang, que abandonó con magulladuras por todo el cuerpo tras una caída. Y por poco, también, Geraint Thomas, quien se llevó un trompazo de aúpa al empotrarse contra un bordillo. «Creo que me he bebido como 15 bidones», añadía Landa. El desgaste fue para sus gregarios (y de los demás equipos), que tuvieron que hacer esfuerzo extra.

Unos y otros dejaron partir a la fuga habitual de todos los días que feneció a tres kilómetros de meta, aniquilada por un pelotón que trabajaba como si fuera un gobierno en coalición hasta que llegó el esprint y se rompió el pacto para que el australiano Caleb Ewan saliera elegido como el más rápido del caluroso día.