Había que hacer algo diferente fuera de casa y Víctor Fernández lo hizo. La propuesta, con tres centrales, funcionó durante 50 minutos extraordinarios en los que el Real Zaragoza convirtió al Cádiz en un rival menor, absolutamente desarbolado por el juego entre líneas y la verticalidad visitante. En ese tiempo, James alcanzó de nuevo cota cumbre, Pombo recuperó la frescura y su mejor nivel y Pep Biel prolongó su estado de gracia con otros dos goles. Todas las piezas encajaban y el fútbol fluía a una velocidad interesante y con vocación siempre mordaz. Los sistemas no son defensivos u ofensivos, lo son las intenciones. En el Carranza se había presentado el mejor Zaragoza.

El peor, ese que ha mantenido al equipo durante toda la temporada en la parte de abajo de la clasificación, reapareció en momentos puntuales que volvieron a costar goles producto de errores individuales completamente evitables. Así se fue metiendo el Cádiz de nuevo en el partido, primero con el 1-2 y, posteriormente, respondiendo al magnífico 1-3 de Nieto con todo su arsenal ofensivo disponible en el campo. Los clásicos dirían que el 3-3 de penalti en el descuento fue cruel. Y lo fue, aunque también consecuencia de esa fragilidad defensiva permanente, ADN de este equipo. Un punto que sabe a poco, pero que al final suma mucho.