"K-2, K-2, el nombre te marca el paso. K-2, K-2, que nombre tan estúpido para una montaña tan atractiva, tan grandiosa". La alpinista británica Julie Tullis reflexionaba así en su pequeño diario mientras intentaba hollar, cosa que logró el 4 de agosto de 1986, la que todo el mundo considera una de las cimas más difíciles del planeta, de 8.611 metros. Tullis vencería al Chogori (rey de las montañas , según la lengua local baltí), pero la venganza fue terrible. Tullis fallecería, cuatro días más tarde, en su tienda de campaña, víctima de un edema cerebral, que le provocó una ceguera. Aquella noche, cuentan los relatores de aventuras, Tullis se acercó a la tienda de su compañero Kurt Diemberger para despedirse, para mentirle. "Todo va bien", le comentó, pero Julie hacía horas que ya no veía. Se acurrucó en su saco y no volvió a levantarse.

Es seguro que la ingeniera Edurne Pasaban, que el domingo cumplirá 31 años, conoce éste y un montón de relatos más. Es seguro que alguien que, en sólo tres años, se ha convertido en la mujer viva con mayor número de ochomiles (7), intuye los peligros de esas rutas. Es seguro que los considera gajes del oficio, mejor aún, de su pasión. Porque ella, la primera española que corona el temible K-2, la única superviviente de esa aventura, la reina de las montañas (ninguna chica tiene más ochomiles que la regente de El Abeletxe , su restaurante-caserío de Tolosa) no pelea con los gigantes, disfruta de ellos. "Cuando participo en una expedición de altura no pienso que me estoy jugando la vida porque, entonces, seguramente no iría", explica esta jovial tolosana, que a última hora de hoy llegará a la Mutua de Accidentes de Zaragoza (MAZ) para curarse de las múltiples congelaciones que sufre en sus pies después de viajar desde un hospital de Islamabad hasta Madrid. "Y ¿sabe por qué hago esa reflexión?, porque aprecio mucho más mi vida que cualquier cumbre".

La vida de Edurne la ha escogido ella. Podría haber sido modelo (mide 1,80) o lo que hubiese querido, pero decidió licenciarse en ingeniería. Su padre la ha colocado al frente de su mayor capricho, El Abeletxe . Pero ella, que a los 15 años ya se fue a los Alpes y a los 17 observaba como su madre se quedaba petrificada en su peluquería cuando ella cogía la mochila y se despedía rumbo a cualquier excursión ("desaparecía hasta el domingo"), lo único que perseguía era "libertad".

Edurne, miembro de la expedición Al filo de lo imposible de TVE, liderada por Juanito Oiarzábal, de 48 años y el alpinista del planeta con más ochomiles en su estanteria (21), asegura que "lo que me ofrece la montaña no me lo da nadie. Los amigos que me ha aportado el Himalaya no los cambiaría por nada. Y qué decir de la sensación de libertad que se respira allí. Tal vez sea porque vengo de un lugar donde me encuentro demasiado sobreprotegida, pero es en la montaña, en las cimas, donde me siento más yo, mucho más que en casa".

Expedición de lujo

Pasaban coronó su sueño en compañía de algunos de los mejores alpinistas del mundo. Ahí estaban junto a ella Juan Vallejo, cuya ascensión al Everest, en el 2001, es una de las más rápidas de la historia; Mikel Zabalza, experto en abrir nuevas vías de máxima dificultad; y Fernando Latorre, que sigue allí, intentando coronar uno de estos días el K-2. Edurne, considerada por todos como una muchacha "entrañable" --ésa es la palabra que mejor la define según su amiga Teresa Olano, periodista-- es una mezcla de tranquilidad, serenidad y mal genio. "A veces me pregunto qué hace esta chica entre estos bestias", bromea Olano. "Tiene un mérito increíble. No es fácil convivir en un mundo dominado por los hombres". Hombres o mujeres, poco le importa eso a la ingeniera jefe. "Siempre me han tratado con respeto, con cariño, como una más de la expedición", relata Edurne, que es de las convencidas de que "los límites de uno no los marca el sexo, ser hombre o mujer, sino la preparación que tengas, tu ilusión y el duro entrenamiento. A mí me hubiese gustado ser más técnica y poder hacer mucho más de lo que hago, pero soy feliz con lo que tengo, muy feliz".

Cuando Edurne aceptó el reto de acompañar al monstruo Oiarzábal sabía dónde se apuntaba. Sabía que desde la primera mujer que logró esa cumbre, la polonesa Wanda Rutkiewicz, en 1986, hasta la última, la británica Alison Hargreaves, en 1995, pasando por las francesas Liliane Barrard y Chantal Mauduit y, por supuesto, por Tullis, todas, todas, habían fallecido en el Himalaya. Hargreaves, Barrard y Julie mientras descendían de la cumbre del K-2. Pero también sabía que se trataba de un gran desafío. Del "reto con mayúsculas", como definen los alpinistas al K-2.

Edurne participó de una expedición "apasionante", que duró 40 días desde que Pasaban completara, dicen, la plataforma empedrada más hermosa que jamás se haya instalado en el glaciar sobre la que montó su tienda. Allí sería donde Edurne compartiría los momentos más duros y excitantes de la conquista, donde, en sus escasos ratos de recreo, oiría música, leería, jugaría al mus, observaría a Vallejo afilar sus crampones y a Zabalza remendarse sus cubrebotas de cumbre. Pero donde, sobre todo, disfrutaría de los menús del mejor cocinero del Himalaya, Juanito Oiarzábal: garbanzos con berba y tortilla de patatas, los lunes; ensaladilla rusa y bacalao al pil pil --"mi mejor guiso"--; los martes; chipirones en su tinta, los miércoles; ensalada de espárragos y bonito, los jueves; estofado de ternera, los viernes; espaguettis al ajillo y pollo en salsa, los sábados; y croquetas de jamón y huevos con tomates, los domingos.

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