Defensa duro, contundente y típico italiano, el siempre cumplidor Marco Lanna llegó al Zaragoza del Salamanca, equipo al que le 'mandó' Víctor Muñoz, y tras haber perdido años antes con la mejor Sampdoria de la historia la final de la Copa de Europa del 92 contra el Barça. En el equipo aragonés fue un pilar básico de la campaña 99-00 en la que se peleó hasta el final por el título de Liga y en su palmarés como blanquillo está la Copa del 2001.

—¿Dónde vive y a qué se dedica ahora?

—Estoy viviendo en Génova, mi ciudad natal. Tengo una empresa inmobiliaria, soy socio de un concesionario de coches de Jaguar Land Rover y además escribo cada semana un artículo en un periódico de aquí hablando del adversario de la Sampdoria y analizándolo tácticamente.

—Precisamente en la Sampdoria, su equipo, comenzó a jugar y obtuvo sus mayores éxitos.

—Tuve la suerte de entrar en el primer equipo en el 87, cuando llegó aquí Boskov. Tuve la suerte de jugar todos aquellos años en un equipo que ganó una Liga, que llegó a dos finales de Recopa y ganó una, y que llegó a una final de la actual Champions. Ganábamos y jugábamos finales por todos los lados. Creo haber sido bastante afortunado por poder jugar en un equipo así y además soy aficionado de la Sampdoria desde pequeño. Crecer en la Sampdoria y jugar en aquel periodo ha sido una combinación muy bonita para mí.

—¿Hay algo más bonito que ganar títulos con su equipo?

—No creo que haya muchos jugadores que hayan tenido esa suerte y más en un equipo pequeño como la Sampdoria. Por ejemplo, si naces y creces en la Juventus, Milan, Inter o Real Madrid, aunque te quedes uno o dos años sin jugar, puedes ganar algo. Hasta ahora ha sido el mejor periodo de la Sampdoria y haber podido jugar con aquel equipo… De hecho soy el único genovés que ha ganado la Liga con la Sampdoria.

—De todos los trofeos que ha ganado, que por suerte son muchos, ¿cuál es el más especial?

—Creo que ha sido el Scudetto (la Liga italiana). Fue una temporada muy complicada, había equipos muy fuertes como el Milan de los holandeses, el Inter de los alemanes… La competencia era muy alta. Hace cosa de un mes nos encontramos todos en un restaurante de Milán y nos lo pasamos como si fuera ayer la última vez que nos vimos. Era un grupo muy unido y nos lo pasábamos bien dentro y fuera del campo y además ganábamos.

—¿Todavía le duele la final de la Copa de Europa contra el Barcelona en 1992?

—Doler, duele. Fue un partido en el que no había un favorito. El Barcelona seguramente tenía más nombre que nosotros, pero fue un encuentro muy igualado, con ocasiones para ambas partes y al final metió Koeman esa falta en el 112 y ya faltaba demasiado poco tiempo para tratar de empatar. A pesar de todo fue un momento de grandísima emoción por haber llegado a aquella final y jugando con la Sampdoria y no con otro club. Sí, perdimos, y era difícil aceptar esa derrota cuando quizá lo más justo hubiera sido llegar a penaltis, pero con el paso de los años puedo decir que fue una grandísima emoción llegar hasta allí.

—Tras su paso por la Roma dio el salto a España, al Salamanca. ¿Por qué decidió cambiar de país y cambiar de Liga y de reto?

—Quería cambiar un poco todo y abrir la mente a otra cultura, idioma y modo de vivir. Quería tener una experiencia fuera de Italia. La idea inicial era la de ir a Inglaterra porque me gustaba mucho el fútbol de allí, pero no llegaron ofertas que me gustasen demasiado. En España tenía dos ofertas, una del Mallorca y otra del Salamanca y, a decir verdad, no conocía a ninguno de los dos porque en Italia echaban algunos partidos de la Copa de Europa y del Madrid o Barcelona, pero poco más. Pedí consejo a Víctor Muñoz porque jugó conmigo en la Sampdoria y además él había sido entrenador del Mallorca. No se si no creía mucho en el proyecto del Mallorca, pero me dijo que la proyección del Salamanca podía ser más alta porque el presidente tenía un montón de dinero.

—¿Cómo fue su fichaje por el Real Zaragoza?

—Tenía una opción por la que si el Salamanca bajaba a Segunda me quedaba libre y en el Zaragoza estaba entrenando Txetxu Rojo, que me llevó en el Salamanca al final de la primera temporada. Me llamó para decirme que si quería ir al Zaragoza y hablé con Pedro Herrera. No tenía representante y fue una incorporación muy sencilla y rápida. Estaba encantado de venir al Zaragoza.

—Tardó en debutar por una lesión, pero pronto se convirtió en casi indiscutible.

—Sí, además con Txetxu Rojo jugaba muchas veces en el lateral. No era mi puesto preferido porque siempre fui central o líbero, un stopper. Me pedía exclusivamente que defendiera, no le interesaba que el lateral atacase mucho. Creo que lo hice bien, aunque en el segundo año tuve algunos problemas físicos porque una rodilla no estaba del todo bien y jugué menos partidos.

—Debutó poco después, por lo que se perdió por unos días el histórico 1-5 al Real Madrid.

—Fue mejor que el 3-1 ante el Barcelona de la siguiente temporada, en el que marqué un gol. Fue una pena porque no pude estar ni en el partido ni en el Santiago Bernabéu.

—¿Llegó a soñar con ganar la Liga en aquella temporada? Hasta la última jornada hubo opciones matemáticas.

—La verdad es que sí. Además terminamos cuartos, pero no fuimos a la Champions porque el Real Madrid, que acabó quinto, la había ganado y tenía derecho a jugarla.

—¿Cómo les sentó aquello?

—Bastante mal, porque era una clasificación muy merecida porque habíamos hecho una temporada fantástica, pero cuando tienes que pelear contra la UEFA o quien sea resulta muy complicado.

—Aquel equipo tenía muchos puntos fuertes, pero uno de ellos era la defensa. De hecho terminaron como el segundo equipo menos goleado.

—Teníamos muy buena defensa, éramos fuertes físicamente y nos gustaba pelear en los uno contra uno. Aparte estaba el Toro Acuña, que hacía de filtro y además tenía calidad para jugar.

—Y además jugaban muy bien.

—Teníamos calidad, fuerza y un grupo que se lo pasaba bien cuando estaba junto, en todos los momentos. Era una buena mezcla de nacionalidades distintas y de ganas de vencer partidos y alcanzar objetivos más grandes de lo que se podía pensar. Puede ser que el Real Madrid fuera más fuerte que nosotros en aquella temporada, pero la fuerza con que jugábamos nosotros pocos la tenían.

—Sin embargo, su segunda temporada comenzó torcida, con la destitución de Lillo y la eliminación con el Wisla de Cracovia.

—El de Cracovia fue un partido raro. Veníamos de ganar 4-1 en Zaragoza y fuimos allí, no diría que tranquilos, pero sí con una ventaja muy grande. Nos metieron tres goles en tres ocasiones y nos entró un poco de ansiedad. No lo pudimos rematar porque no tuvimos la fuerza mental necesaria y eso que ellos no tenían nada de especial. Ellos entraron al campo con ganas y tuvieron algo de fortuna y a nosotros se nos dio todo mal. Fue un mal día y creo que fue casi una vergüenza volver a casa, a Zaragoza, porque era complicado entender cómo podíamos haber caído eliminados de aquel modo.

—Pasaron de pelear por la Liga a hacerlo por no descender en una temporada. ¿Qué sucedió?

—Por mala suerte ya peleé dos años seguidos por no descender con el Salamanca, aunque en uno no lo conseguimos. En el fútbol una de las claves de un equipo que gana es el equilibrio que se forma entre el club, los jugadores, el entrenador… Es todo cuestión de una buena química más allá de unos jugadores fuertes o de un club rico. Esta mezcla hace que se cree algo más positivo del valor oficial del equipo. Cuando empezamos la Liga, la sensación que tengo es que se había roto algo, porque entender a Lillo no fue tan sencillo. Creo que fue más un problema de química más que de jugadores. Fue una lástima porque era un equipo que con algunos ajustes no le digo que podíamos haber ganado la Liga, pero sí estar arriba.

—¿Qué sucedió con el Milan en enero?

—Fue una cosa bastante extraña. Me llamó el Milan y era complicado decir que no. Me ofrecieron el mismo contrato que tenía en Zaragoza. Iba a cambiar poco, pero jugar en el Milan era una buena oportunidad para mí, porque es un club con una gran tradición en Europa y muy grande. Pasé la revisión médica y firmé hasta el contrato, pero nunca supe qué pasó, pero ese contrato nunca fue depositado, por lo que nunca tuvo ningún valor. Volví a Zaragoza sin nada.

—¿Lo pasó mal?

—Sí, sobre todo porque no me pareció algo bien hecho por parte de un club que, se supone, era serio, porque con un contrato firmado no depositarlo… Nunca me informaron de qué pasó ni el club me pidió perdón ni me dijo que eso era algo que no se podía hacer.

—Al final lograron ganar la Copa del Rey ante el Celta. ¿Es su mejor momento como zaragocista aunque no la jugase?

—Sí, es el mejor momento, aunque es muy concreto. Un partido y ganar un título siempre es especial, pero me quedo también con la temporada anterior, porque fue muy emocionante en todo. Como en la final de la Champions que perdí con la Sampdoria, a pesar de haber perdido el recuerdo que te queda es todo lo que has hecho y nosotros hicimos una temporada fantástica para llegar al cuarto puesto y con la posibilidad de llegar más alto. La Copa del Rey, como momento único aunque no jugué, fue el mejor, pero la temporada anterior la recuerdo con mucha más emoción.

—Tras salir del Zaragoza tuvo un año muy movido y complicado.

—Cuando me fui de Zaragoza fui al Chelsea, entonces entrenado por Claudio Ranieri y estuve diez días en Londres, pero tenían que deshacerse de Bogarde. No pasó y ya tenían bastantes defensas. Mancini estaba en la Fiorentina como entrenador y allí estuve tres meses, pero solo entrenando. Sin embargo, era un club que acabó desapareciendo porque no tenían dinero para nada, ni para fichar, así que en diciembre entrené con el Watford, pero un amigo me llamó diciéndome que había una posibilidad de volver a la Sampdoria porque había una sociedad que quería comprar el club. Esperé y en enero, al final, firmé un contrato de seis meses. Después decidí acabar mi carrera, porque los problemas de rodilla seguían, consideraba que había hecho buena carrera y que era el momento de decir adiós al fútbol y dejarlo.

—¿Sigue al Real Zaragoza?

—Sí, de vez en cuando. Ahora un poco menos, porque me cuesta mucho hasta seguir la Serie A porque tengo demasiadas cosas que hacer. El fin de semana si puedo estoy con mis hijos y difícilmente consigo ver un partido.

—¿Guarda un buen recuerdo del club y de la ciudad?

—Absolutamente sí. Al final no me renovaron el contrato, pero si hubiera sucedido no hubiera tenido ninguna duda en firmar otro año porque me encontraba bien en la ciudad, con los compañeros y amigos.

—¿Y de La Romareda?

—Era la sensación como de estar en casa. Hubo momentos difíciles, porque en la segunda temporada hubo algún problema, pero siempre manteniendo una normalidad. Los hinchas estaban un poco exaltados con nosotros porque los resultados no eran los esperados, pero es normal en el mundo del fútbol.

—Como defensa le ha tocado neutralizar a grandes jugadores. ¿Cuál fue el más difícil?

—Era bastante joven, pero el más complicado ha sido Van Basten. Además de ser un jugador muy fuerte y muy técnico, era muy difícil marcarle. Yo era de los defensas que daban hostias, pero Van Basten empezaba primero. Tenía unos 20 años y todas las veces que intentaba pegarle acababa dándome él. Aprendí mucho de aquel partido.