En algún punto del desierto entre Mali y Burkina Faso descansa una extensa caravana de pilotos, mecánicos, técnicos..., una pequeña gran ciudad móvil que atraviesa medio Africa para hacer posible una de las pruebas más conocidas, míticas y extenuantes que existen en el mundo. El Dakar 2004 se ha cobrado ya 202 abandonos y descalificaciones. Más de la mitad de los pilotos que comenzaron la prueba, no podrán terminarla. Entre ellos, un joven aragonés, Víctor Rivera, natural de Caspe, que vive su primera incursión en el desierto del Dakar a medio camino entre un sueño cumplido y una gran decepción. Su moto dijo basta el noveno día, entre Tidjikja y Nema, y ahora debe conformarse con seguir la prueba desde un coche de asistencia para ayudar al último de los tres pilotos de su equipo que continúa en carrera.

Desde el día 1 de enero su vida ha quedado restringida a la moto, sobre la que ha pasado buena parte de los días, y a la arena del desierto. "Las etapas son muy largas y cuando terminas no da tiempo más que a cenar y poco más. Además, se duerme poco o nada porque la salida suele tomarse muy temprano", explica Víctor. A la espera de que la carrera se reanude después de dos días de descanso forzados por amenazas terroristas --"yo creo que eso fue una excusa para poder recuperar a algunos pilotos para la carrera", asegura el aragonés-- y de un tercero ya marcado en la hoja de ruta, Víctor Rivera aguarda en un gran campamento que reúne a las más de 2.000 personas que forman la prueba.

Sin tregua

"Esto es como una gran ciudad, de la tienda en la que estoy hasta el comedor, igual hay dos kilómetros de distancia", relata el piloto con un helicóptero como fondo musical. Víctor espera, pero no descansa. "En estos días no paramos porque siempre hay algo que hacer", dice algo desilusionado por no poder terminar la prueba sobre su moto. "El segundo día en Marruecos ya se me rompió el cuentakilómetros y tuve que ir detrás de otros pilotos, tragándome todo el polvo, después se me rompió una rueda y tuve que llegar casi empujando la moto, hasta que el motor se paró definitivamente", narra Rivera.

Víctor se lamenta porque se había marcado un ritmo suave con el que poder completar la carrera y porque cree que la precipitación con la que preparó su concurso le han impedido realizar una mejor actuación. Aunque el joven piloto está adquiriendo una enorme experiencia que le puede servir para futuras ediciones. Afirma que el Dakar no le ha sorprendido porque lo conocía bien. Había oído hablar a algunos participantes, había visto vídeos, había leído revistas especializadas y, a sus 21 años, ha podido comprobar en persona la dureza de la prueba. "En la etapa maratón, salí a las 2.00 y llegué a las 21.00, es decir, 19 horas. En esas circunstancias es muy difícil mantener la concentración. De hecho, hay gente que se duerme sobre la moto", comenta Rivera.

Durante esas 19 horas, los pilotos sólo paran el tiempo justo para el repostaje, pero no se detienen a nada más. En la espalda llevan un bidón de agua del que van bebiendo a través de un tubo. En el manillar, un road book les indica por dónde han de avanzar, aunque a veces no es suficiente. "En una etapa nos perdimos casi todos. Nos juntamos más de cien pilotos en un mismo punto sin saber qué dirección tomar", explica el piloto caspolino, que no se conforma con haber estado en la carrera. "Sin duda, me va a servir para adquirir experiencia, pero yo había venido para terminarla y no ha podido ser". La primera experiencia de Víctor en la prueba de sus sueños concluirá el próximo domingo.