Estuve el pasado domingo en el pabellón Príncipe Felipe siguiendo al CAI y salí de su partido contra el Valencia con la eufórica sensación de haber visto a un gran equipo, el nuestro, y de haber disfrutado de un magnífico espectáculo.

Por la tarde, en cambio, viendo el partido de fútbol entre el Real Zaragoza y el Castilla, terminé con la deprimente sensación de haber descubierto a un digno equipo, el Castilla, en el contexto de un deplorable espectáculo deportivo.

Las comparaciones son ciertamente odiosas, pero de un cotejado escrutinio entre nuestros primeros equipos de fútbol y baloncesto debería extraerse alguna solución para el primero de los mencionados clubs. Si es que el Real Zaragoza de Agapito Iglesias tiene solución, aunque sea catártica.

Para aprender de lo bien hecho --que es lo que debería hacer el Real Zaragoza del CAI--, las claves de la excelente marcha del equipo de Reynaldo Benito hay que basarlas, en primer lugar, en el éxito deportivo. Los alentadores resultados en la máxima competición liguera del básket español descansan sobre una plantilla competitiva, que suda y siente la camiseta, y sobre un puñado de jugadores carismáticos que despierta el orgullo de la afición. El público conoce perfectamente a los Rudez, Jones, Tomás, Llompart, Stefenson, etcétera, vibra con sus acciones y las aplaude. La directiva del CAI ha acertado con los fichajes, con el entrenador y con la estructura del club, y esa maquinaria bien engrasada comienza a reportarles reconocimiento y éxito.

En la parte funcional, la organización del Príncipe Felipe es impecable, y tanto el personal de la instalación como el del club cumplen sus cometidos a la perfección. La comunicación y el márketing convierten los partidos de baloncesto en una participativa fiesta, con los adelantos tecnológicos, concursos y entretenimientos varios al servicio del espectáculo. En consecuencia, miles de aficionados disfrutan cada domingo.

La regeneración del CAI, que también tuvo su crisis, surgió del seno del club. Un grupo de generosos aficionados empleó su tiempo e ilusión en devolverlo a la élite del baloncesto nacional, y lo han conseguido.

En cambio, el relevo del Real Zaragoza fue una operación de ingeniería deportiva, a espaldas de los socios, urdida en los despachos del poder. Así ha terminado.