No hace mucho tiempo, había un buen rosario de aragoneses en la alineación titular. César Láinez, Luis Carlos Cuartero, Cani y Fernando Soriano eran habituales. Ahora se ha unido a la familia Alberto Zapater, un descubrimiento de Víctor Muñoz a quien el técnico deja fuera del marco europeo, al menos por el momento. La lesiones del portero y del lateral, graves y de paciente espera para los damnificados, y la constante irregularidad de Cani, han dejado solo en el equipo habitual del técnico zaragocista al fenómeno de Ejea. Ayer estuvo en el banquillo y Soriano ocupó su lugar porque es grande. Lo es, y mucho más de lo que a simple vista parece.

La aparición del mediocentro junto a Movilla tenía un fondo táctico: como es grande y fuerte, peleón y disciplinado, qué mejor respuesta que su fortaleza para contrarrestar a unos checos gigantes. Participó como invitado y poco a poco se convirtió en discreto protagonista en una zona desmadejada por la falta de ayudas de los futbolistas de juego interior y por la baja forma que arrastra Movilla, que no se engancha al equipo todavía.

En voz baja

El zaragozano corrigió muchos desajustes, no pocas deserciones y lo hizo en voz baja. Cumplió, diría aquél, si bien habría que ser más justo y ajustado con el trabajo de un profesional que rema contracorriente, con su ilusión inoxidable al banquillo sea justa o no su presencia en la reserva. En la confusión, estuvo casi siempre firme, sin decaer, ofreciéndose con la marea baja y en pleno maremoto, cuando hubo miedo por el naufragio. Como siempre estuvo en el partido, allí apareció, dentro de él, para levantar al Real Zaragoza, para meterle de nuevo no sólo en la lucha que estaba perdiendo, sino prácticamente en la próxima liguilla. Así, defendió el honor del equipo, de la cantera y el suyo propio, que nadie podrá jamás cuestionar.