Los Juegos Olímpicos de Invierno recalan por primera vez en Corea del Sur. El condado de Pieonchang, situado a menos de 80 kilómetros de la frontera con Corea del Norte, en el famoso paralelo 38, es el escenario elegido para la cita cuatrienal de los deportes de hielo y nieve, que como su homónima de verano está cada vez más decantados hacia los países asiáticos y del Este. Después de Sochi 2014 (Rusia), llega el turno de Corea, antes de que Pekín repita en el invierno del 2022 lo que ya hizo en el verano del 2008. Los Juegos de verano del 2020, asimismo, recalarán un poco más al Este, en Tokio.

A pesar de los problemas que acechan los días justo antes de la inauguración del día 9 (la competición se extenderá hasta el 25 de febrero, con un aperitivo el día 8 en curling y saltos), los de Pieonchang prometen ser los mayores Juegos blancos de la historia, superando las cifras previas de Sochi, donde compitieron 2.858 deportistas (aquí serán 2.925) de 88 países (en Corea serán 92, con el debut de países de tan poca tradición en deportes del frío como Malasia, Singapur, Kosovo, Eritrea y Ecuador).

Estados Unidos presenta el mayor equipo entre los 92 países participantes, con 242 deportistas (un récord también para ellos), por 226 de Canadá, 111 de Noruega y, por ejemplo, 12 de España, que ocupa el furgón de cola y ha disminuido claramente su delegación con respecto a Juegos anteriores, como los de Sochi 2014 (20 deportistas).

PURGA POR DOPAJE

Un asterisco, y muy grande, hay que poner al lado de las participaciones de Rusia y Corea. Rusia, de hecho, no puede participar con un equipo propio tras refrendar el pasado 5 de diciembre el Comité Olímpico Internacional (COI) la suspensión por el tremendo escándalo de dopaje sistemático y, se sospecha, institucionalizado, que el país de Vladímir Putin implantó entre el 2011 y el 2015, con un pico de actividad fraudulenta sin precedentes en los Juegos de Invierno de casa en el 2014.

El COI ha debido llevar a cabo una selección exhaustiva para dejar en 169 la cifra de atletas rusos considerados limpios para participar, bajo bandera olímpica, en Pieonchang. Otros 111 se han quedado en el camino de la ignominia, si bien esta purga (pendiente de una última revisión) ha provocado, entre otras cosas, que la patinadora de velocidad Olga Graf -una de las admitidas- haya renunciado a participar en solidaridad con los castigados. Entre ellos, sus compañeras del equipo de persecución por equipos, que optaba claramente a medalla. «Mis esperanzas de podio olímpico no se materializarán porque el deporte se ha convertido en una moneda de cambio en el juego político», denunció Graf.

El caso de las dos Coreas es todavía más enrevesado. Los también llamados Juegos de la Paz se han planteado como un intento de tregua entre dos países que llevan técnicamente en guerra más de 65 años. Eso se traducirá en el primer desfile conjunto en la inauguración de unos Juegos desde Turín 2006 y en un controvertido acuerdo que permitirá que 22 atletas norcoreanos participen en cinco disciplinas, cuando inicialmente solo dos patinadores de artístico se habían ganado la plaza. Entre los 22 norcoreanos se incluyen las 12 jugadoras de hockey sobre hielo que han pasado a engrosar la selección surcoreana, para disgusto de las seleccionadas previamente, que deberán renunciar en muchos casos incluso a equiparse en algunos partidos para dejar sitio a sus invitadas del norte.

Corea del Sur, por su parte, presentará a 144 deportistas, una cifra récord para el país asiático anfitrión en una cita invernal que también presentará otras novedades. Se han incrementado las medallas de oro a repartir a 102, al haberse ampliado el programa olímpico con la inclusión de cuatro pruebas: Big air (snowboard), patinaje de velocidad con salida masiva, dobles mixtos en curling y esquí alpino por equipos. Los Juegos blancos de la presunta unidad entre las dos Coreas ya están a punto. ¿Funcionarán?