Hay que conocer a Alejandro Valverde, segundo clasificado de la general, para saber y comprender muchas veces por qué realiza acciones que para otro corredor serían totalmente incomprensibles. Ayer, el ciclista murciano fue el primer corredor que rompió al pelotón de las figuras en la primera rampa dura en el muro de tres kilómetros de La Camperona, una pista forestal que se asfaltó especialmente para el paso de la Vuelta, con rampas que llegaban casi al 20% sin descanso alguno para los corredores.

Valverde atacó ayer para divertirse; sin más, y porque sabía dos cosas: una, que no podía meterse presión y convencerse de que era posible contrarrestar en La Camperona los 20 segundos que le sacaba Contador. Eso era retroceder hasta el Tour y caer, sin más, como lo hace el fruto maduro del árbol. Y dos, que escondido, a rueda del resto de favoritos, posiblemente, al final, habría cedido el mismo tiempo pero se habría quedado con las ganas de poder presumir que él, y solo él, Valverde había sido capaz de poner la Vuelta patas arriba, aunque al final ni aguantara el ritmo de sus rivales.

Tan dura era la cuesta que Ryder Hesjedal, el vencedor de la etapa, ni pudo apartar las manos del manillar de su bici. Se caía. Los auxiliares de la Vuelta, todos excorredores, estaban al lado de la línea de llegada para agarrar a los ciclistas, cogerlos del sillín.

Hesjedal había protagonizado, sin querer, una de esas situaciones curiosas que solo se dan en las redes sociales. En la séptima etapa, entre los olivos de Jaén, se cayó cuando iba fugado. Y la bici empezó a hacer movimientos extraños en el suelo, que, sin ninguna razón técnica, se atribuyó a un motor escondido. "Eso fue una falta de respeto", dijo el canadiense tras ganar. El misterio de una bici dando vueltas por el asfalto tiene una explicación mecánica, un modelo de carrete (ahí donde van los piñones) que sigue dando vueltas si hay un impacto de la bici contra el suelo.