No existirá siquiera la tentación porque si algo ha tenido Víctor Fernández en su brillante carrera ha sido una imperturbable convicción en su idea futbolística. Ayer, al Zaragoza le tocó perder contra un Málaga conservador, pero muy hecho en esa manera tan fea de entender este juego. Las causas de la derrota hay que buscarlas en las áreas, donde el nivel de acierto visitante fue absoluto y el desacierto local, también categórico, tanto a la hora de defender otro balón parado como de definir con puntería en el área rival.

El partido marca mucho a Marc Gual, un estupendo delantero, talentoso en la creación de la jugada, con muchos tangibles e intangibles pero con unos problemas tremendos en la resolución que el Real Zaragoza no se puede permitir. Ayer, quizá, quedó señalado como ningún otro día. Su imagen sentado en el césped tras el pitido final, desolado, retrata perfectamente su momento anímico y lo que sus errores ante el portero significaron.

Con la misma propuesta con la que terminó frustrado ante un serio aspirante al ascenso directo, no por la empatía de la idea de juego de López Muñiz sino por su madurez, el Real Zaragoza había ganado al Extremadura y en Gijón. La derrota de ayer no debe suponer ninguna duda sobre cuál es la dirección correcta que debe seguir el equipo. La ruta que marcó Fernández desde su llegada es la adecuada. Con un volumen así de posesión, de llegadas y control, sin errores individuales como en el 0-1 y con tiempo y puntería, los triunfos caerán por su propio peso. Hoy no es un día para decaer sino para insistir, insistir e insistir.