En 1943, Ingvard Kamprad, un humilde estudiante sueco de 17 años, abrió una minúscula tienda de muebles con una pequeña cantidad de dinero que su padre le había dado para continuar sus estudios de bachillerato. La llamó Ikea, un nombre que se le ocurrió al unir las iniciales de su nombre y apellido a las de la granja donde vivía (Elmtaryd) y del pueblo de Suecia donde creció (Agunnaryd).

60 años después, aquel pequeño negocio juvenil se ha convertido en un grupo multinacional que da trabajo a más de 65.000 empleados fijos en todo el mundo y posee 180 tiendas y almacenes de venta al público en 35 países. El grupo industrial, que lleva el nombre de Swedwood, es también propietario de 22 fábricas en 10 países. Unas actividades globales que a finales del 2002 revirtieron en un volumen total de ventas anual que superó los 10.400 millones de euros (1,7 billones de pesetas).

Todo un imperio comercial que, hoy por hoy, ha hecho que Ingvard Kamprad, se haya convertido a sus 78 años en el hombre más rico del mundo. Por lo menos así lo afirma la revista sueca Veckans Affärer (Negocios de la Semana), que le calcula una fortuna personal de 43.800 millones de euros (7,3 billones de pesetas). Una cantidad que supera con creces el patrimonio de Bill Gates, dueño de Microsoft, hasta ahora considerado el más rico de todos pero, con sólo 35.537 millones de euros, según la revista norteamericana Fortune. El cambio de líder entre las mayores fortunas obedece, en parte, a la depreciación del dólar.

Ni el dinero ni la continua expansión de su cadena de tiendas y grandes almacenes de muebles y decoración por todo el mundo han hecho olvidar a Ingvard Kamprad sus orígenes humildes. Su vida apenas ha cambiado: sigue viviendo de forma austera y anónima en su vieja casa en Suecia, que alterna con largas estancias en Suiza. El hombre más rico del planeta, además, utiliza buena parte de todos sus beneficios para ayudar a los países subdesarrollados.

Ikea destina cada año enormes sumas de dinero a financiar proyectos humanitarios en colaboración con organizaciones como Unicef, Who, Greepeace y Naciones Unidas. Sin embargo, la sombras del pasado han llegado a enturbiar todo ese brillo. En 1964 confesó públicamente que en sus años jóvenes estuvo ligado a la organización nazi Oposición Sueca. "Es un pecado de juventud que lamento con amargura", dijo. Kamprad sostiene que se dejó influenciar, como la mayoría de los jóvenes de su tiempo, por la ideología predominante. Tal vez sus obras sociales sean su penitencia.