Hasta hace no mucho, Cannes seguía una pauta no confesa pero aun así bastante clara: las películas más importantes, la artillería pesada, se agolpaban durante los primeros días de competición, de modo que para los últimos quedaran los títulos de relleno. Visto lo visto ayer, jornada de cierre de esta 67ª edición, el método ha sido abandonado.

Decimoquinta película de Olivier Assayas y cuarta en competir por la Palma de Oro, Sils Maria luce con orgullo su condición autorreferencial. Es, para entendernos, cine que se hurga el ombligo, que medita sobre sí mismo. Para ello incluye diálogos que hablan sobre cómo, a su manera, los blockbusters pueden ser tan ilustrativos sobre la condición humana como el cine social, y defienden que lo que cambia no son las películas sino la percepeción que tenemos de ellas.

Pero, sobre todo, el francés habla de las actrices: su ego, sus inseguridades, sus narcisistas vulnerabilidades, su incapacidad para distinguir su propia vida de la de sus personajes. "Me interesaba retratar la figura de la actriz como punto de confluencia de tres identidades: la vida real de la actriz, la del personaje y su dimensión mediática", aseguró ayer.

Lleno de complejidad

Con ese fin acompaña a Maria (Juliette Binoche), una estrella de mediana edad que alcanzó la fama interpretando a Sigrid, joven asistenta de una empresaria con la que se embarca en una tormentosa relación lésbica, y que dos décadas después se prepara para dar vida precisamente a la amante de mediana edad. Assayas presta atención sobre todo a la dinámica entre Maria y su asistente, Val (Kristen Stewart). A medida que ensayan juntas el texto, queda claro que la ficción funciona como reflejo de su propia relación. Y, mientras desdibuja líneas, Sils Maria sostiene que el mayor rival psicológico de una actriz que envejece es ella misma cuando era joven.

Es lógico que el resultado sea un drama lleno de complejidad, melancolía y capacidad de fascinación. Assayas, después de todo, es un experto en meditar sobre el hecho fílmico, como dejan claro sus orígenes como crítico de Cahiers du Cinéma y posteriormente películas como Irma Vep (1996). Y es obvio que ama a los actores y la extraña química que son capaces de compartir entre sí. Que las interpretaciones de Binoche y Stewart sirvan de prueba de ello.