El sector del vino sigue siendo esclavo de algunas de sus perversiones. Por ejemplo, la del vino blanco. Nos insistieron durante demasiado tiempo en que debíamos beber el blanco del año, que cuando salía la nueva cosecha, a primeros de año, debíamos desechar la anterior. Y lo que era, también y sobre todo, una forma de movilizar los vinos de la bodega, de rotar las existencias, se ha convertido en un verdadero problema para los aficionados.

Esta misma semana, Viñas del Vero celebró los 25 años de su chardonnay joven, con una cata vertical de sus vinos jóvenes. Unas botellas diseñadas para su consumo más o menos inmediato, pero que han sido capaces de resistir el paso del tiempo. Elaborada a partir de una variedad que puede ser considerada tradicional en el Somontano, donde llegó hace 125 años de la mano de la familia francesa Lalanne, que sigue en la zona, y se aclimató perfectamente.

El enólogo de la casa, José Ferrer, presentó varias añadas, todas ellas procedentes de la misma parcela, con lo que las únicas variables eran la climatología y la edad. Las botellas, bien conservadas en el cementerio de Viñas del Vero, pertenecían a las cosechas de 2014, 2007, 2004, 2001 y 1998, hace ya 20 años, cuando el actual Justicia tomó posesión de su cargo.

No solamente estaban vivas y bebibles, sino que cada una de ellas presentaba unas características únicas, bien diferenciadas, por más que mantuvieran la unidad de su procedencia, variedad y terruño. No son ya, quizá, vinos para un consumo despreocupado, pero sí para disfrutar de aromas y sensaciones únicas y diferentes. Es sabido que la mayoría de albariños mejoran en su segundo año, aunque no lleven madera. Pero nunca nos ofrecen en los bares y restaurantes blancos de la penúltima cosecha que, como mucho, aprovechan para banquetes o guisar.

Y no. La edad es solo un dato, no un atributo. Y la juventud, no solo en el vino, está sobrevalorada. Descúbralo... si le dejan.