Película española más taquillera del 2018, fenómeno social de integración y superación de barreras discriminatorias, ganadora del premio Forqué a la mejor cinta del año, elegida por la Academia -sin éxito, eso sí- para representar a España en los Oscar, 11 nominaciones a los Goya... ¿Qué podía fallar? Nada, por supuesto, y Campeones, la desternillante y emotiva historia de Javier Fesser sobre un equipo de baloncesto formado por jugadores discapacitados, vivió su gran noche con un júbilo imposible de esconder conquistando tres Goyas, entre ellos el de mejor película. Como triunfal fue la velada, también, para la otra gran favorita, El reino, la enfurecida y eléctrica crónica de los escándalos de corrupción política que han azotado España en los últimos años, que conquistó siete Goya, entre ellos el de mejor director para Rodrigo Sorogoyen, que compartió con la zaragozana Isabel Peña el premio al Mejor Guion Original.

Después de una primera visita a Barcelona en el 2000, los Goya salieron de Madrid por segunda vez en la historia y viajaron a Sevilla para esta 33ª edición, cuya gala tuvo a Andreu Buenafuente y Silvia Abril como chispeantes maestros de ceremonias. Escarmentados, seguramente, por el desastroso resultado de la gala del año pasado, en la que Joaquín Reyes y Eduardo Sevilla salieron trasquilados, Buenafuente y Abril se lanzaron sin frenos a lo que mejor saben hacer: una trepidante espiral de humor y chistes de toda suerte y condición, desde la alusión a Pablo Echenique como un político «muy cinematográfico porque su vida es un travelling» a la aparición de un meme de Carles Puigdemont en una chanza sobre el Goya a «la mejor película extranjera».

Más allá de las servidumbres de este tipo de galas en forma de actuaciones musicales y discursos no siempre contenidos (queda feo cortar un momento de gloria), la ceremonia mantuvo un ritmo razonablemente fresco y ágil, detalle siempre de agradecer.

Uno de los momentos más emotivos de la gala fue la entrega del Goya de Honor a Narciso Ibáñez Serrador, cuyo precario estado de salud le impidió estar presente en el Palacio de Congresos y Exposiciones de Sevilla. Un selecto y rutilante grupo de cineastas formado por Alex de la Iglesia, J. A. Bayona, Jaume Balagueró, Juan Carlos Fresnadillo, Nacho Vilagondo, Paco Plaza y Alejandro Amenábar, lo más granado del cine de género patrio, subió al estrado a glosar la figura de uno de los grandes maestros del fantástico español. Como lo fue, también, el premio a mejor actor revelación a Jesús Vidal por su estupendo trabajo en Campeones. «¡No sabéis lo que habéis hecho premiando a una persona con discapacidad! Pienso en tres palabras: inclusión, diversidad, visibilidad», dijo el carismático intérprete, visiblemente emocionado.

Si Antonio de la Torre se llevó el Goya a la mejor interpretación masculina por su adrenalínica actuación en El reino, Susi Sánchez conquistó el premio a la interpretación femenina por su delicado trabajo en La enfermedad del domingo. La Academia no fue justa con Quién te cantará, de Carlos Vermut, a quien olvidó dolorosamente para los grandes premios, pero al menos Eva Llorach pudo ser reconocida como mejor actriz revelación. El premio a mejor actor de reparto fue para Luis Zahera, ese espléndido trasunto de Luis Bárcenas en El reino, y el de mejor actriz de reparto fue, con justicia, para Carolina Yuste por su rol de trabajadora social en Carmen y Lola. Este filme, historia de amor lésbico entre dos jóvenes gitanas, permitió a Arantxa Echevarría llevarse la mejor dirección novel.

Consciente del nuevo ritmo de los tiempos, el presidente de la Academia, Mariano Barroso, quiso lanzar un guiño a la televisión negando tajantemente que sea el antagonista del cine. «La nuestra es una alianza de ganadores. Contamos historias para todo tipo de pantallas», afirmó.