Poco a poco se van desvelando algunos de los secretos de la gran industria cárnica. Sin especial relevancia mediática -pocos medios, además de este, se han ocupado de ello- acabamos de constatar algunas de las triquiñuelas para que el mercado disponga de carne barata -al parecer la aspiración de cualquier españolito de bien- y las mayores empresas sigan rindiendo beneficios.

De momento, multas millonarias en euros para aquellos que se aprovechaban de falsos autónomos en diferentes mataderos ubicados en Aragón. Mano de obra cautiva, sin derechos laborales, agrupados en dudosas cooperativas que, sin duda, abarataban el coste del producto. Aunque hay que decir que, al menos, en Aragón parece que parte de la gran industria se encuentra dispuesta a regularizar la situación laboral de los trabajadores de los mataderos.

Sin olvidar otros problemas como la generación de purines, un mayor consumo de medicamentos, estandarización del alimento, etc.

Por supuesto, los diferentes gobiernos pueden apoyar o coartar este tipo de industria. Es una legítima opción política y allá cada cual cuando deba rendir cuentas a sus votantes. Sin embargo, somos bastantes quienes percibimos que el apoyo a la gran industria suele redundar en limitaciones para la pequeña y mediana, que es la que de verdad vertebra los territorios, la que no suele irse de su localización original.

Hay en Aragón más cerdos que aragoneses, como la propia demografía humana, concentrados en grandes aglomeraciones. Y si cuando uno opta vivir en el medio rural se encuentra con problemas de infraestructuras, aquel que quiere criar cerdos de otra manera también ha de enfrentarse a muchos problemas burocráticos, técnicos, etc., pues las leyes y reglamentos parecen diseñadas solo para los más grandes, quienes se manejan bien en los pasillos de la administración. Todo esto es lo que se esconde tras el kilo de cinta de lomo a cuatro euros, que se pueden encontrar en la oferta de cualquier gran superficie.