«Si hay que hablar sobre la Guerra de las Galaxias, qué mejor que invitar a Darth Vader». Era marzo del 2008, en la recta final de su segundo mandato, y Dick Cheney se permitía burlarse un poco de sí mismo en un discurso en la Fundación Heritage —sanctasanctórum conservador en Washington DC- sobre el sistema de defensa balístico impulsado por Ronald Reagan en la década de los 80, conocido como la Guerra de las Galaxias. Darth Vader era un apodo habitual de Cheney durante los dos mandatos de George W. Bush, en los que se convirtió en el vicepresidente con mayor poder de la historia del país. Con el apoyo de aliados imprescindibles como Rumsfeld, Cheney reinó en cada una de las sombras y lugares oscuros e inconfesables del Despacho Oval en aquellos dos mandatos que empezaron con el 11-S, acabaron ensangrentados en el triángulo suní de Irak y transitaron por Afganistán, Guantánamo, cárceles secretas, falsos informes de armas de destrucción masiva, espionaje masivo y sospechosas connivencias con empresas como Halliburton, que disfrutó de parte del pastel de Irak después de que Cheney se enriqueciera trabajando para ella unos años en los que estuvo fuera del Gobierno.

«Cheney no quiere ser visto como un héroe o un villano. Quiere ser visto como un vicepresidente leal. Y lo es», lo describía su jefe, George W. Bush, a Bob Woodward para su libro Plan of attack. Y añadía: «Prefiere permanecer en el anonimato, y así debe ser. Pero es una roca. Fue firme y constante en su visión de que Saddam era una amenaza para América con la que debíamos lidiar». Tan firme, en 2001, poco antes de que Bush tomara posesión de su cargo y nueve meses antes del 11-S, Cheney pidió que al inminente presidente se le hiciera una detallada explicación sobre... Irak. El futuro vicepresidente había servido como secretario de Defensa con George Bush padre y, como escribe Woodward, Irak era para él «un asunto incompleto».

Dos vectores marcan la vida política de Cheney: su profundo conservadurismo y su cercanía con el poder. Trabajó para Richard Nixon, fue jefe de gabinete de Gerald Ford y secretario de Defensa de Bush padre, entre otras responsabilidades. Como vicepresidente, no se conformó con el papel secundario que suele conllevar el cargo. Aprovechó a fondo el acceso al presidente y amasó poder forzando los límites constitucionales de su cargo.

El apodo de Darth Vader no es gratuito: era la fuerza oscura al lado del emperador en unos tiempos muy oscuros, en los que se vulneraron derechos humanos y civiles en nombre de la seguridad; en los que EEUU se embarcó en dos guerras (Afganistán e Irak); en los que los eufemismos («técnicas de interrogatorio ampliadas») escondieron la tortura de prisioneros de guerra, muchos de ellos inocentes (Guantánamo como símbolo); en los que se diseñó una forma de hacer la guerra, y la posguerra, semi-privatizada a la que se deben fiascos como Irak y vergüenzas como Abu Ghraib. Tras cada una de estas políticas estaba Cheney, siempre la sombra más cercana del presidente.

Como sabe todo buen fan de Star Wars, Darth Vader no ejerce el poder. Darth Vader es el poder. Así era el vicepresidente Cheney.