Después de debutar con Insensibles, un filme acerca de experimentos realizados con niños durante la guerra civil española, Juan Carlos Medina da el salto al cine anglosajón con The Limehouse Golem, una película que es un curioso y atmosférico cruce entre el relato criminal, la fantasía gótica, el expresionismo y la herencia malsana de Jack, el destripador. El decorado es similar al de los asesinatos de Whitechapel. Aquí es el vecindario londinense de Limehouse en el año 1880, las calles en penumbra, los prostíbulos, los garitos y los locales donde se escenifican comedias satíricas y travestidas. Pero el relato aporta una figura mítica, el Golem, la criatura de arcilla creada por los judíos para combatir el mal, reconvertido en esta ocasión en una figura ominosa que deja un reguero de vísceras y carne mutilada. El inspector encargado del caso, interpretado por el siempre mesurado Bill Nighy, se convierte en el chivo expiatorio del sistema ante la incapacidad de la policía en general para hallar al psicópata. Pero su historia se mezcla con la de una conocida actriz acusada de haber asesinado a su marido. Tanto estos personajes como los que pululan por el cabaret donde actúa esta mujer son teóricos sospechosos. ¿Cuál es la clave del enigma? Esta producción cinematográfica posee más atmósfera ambiental que intriga bien construida: los escenarios resultan ser más reveladores que los personajes y lo que nos cuentan con sus acciones o con su exceso de palabras. QUIM CASAS