Junto a la única borda restaurada en el municipio, la actividad es frenética. Apenas hay cobertura teléfonica en la localidad pero la entrada a la Era del cine se realiza mediante código QR, es decir, la mayoría a través del móvil. En la Era del cine hay 130 sillas dispuestas enfrente de un escenario guardando las preceptivas medidas de seguridad y la organización (formada por voluntarios que hacen esto posible «por amor al arte») ha creado un circuito de entrada y otro de salida, a veces, es cierto, difícil de seguir dados los propios espacios.

Un pequeño milagro ha vuelto a suceder este año. Hoy es sábado y se clausura la Muestra más pequeña del mundo en Ascaso, una aldea deshabitada, pero con una asamblea de vecinos (Los Relojes en alusión a los relojes de Sol, seña de la localidad que trata de volver a la vida tras muchos años de deteriorada) muy activa que decidió hace nueve años tratar de hacer realidad un sueño, un festival de cine no solo en el medio rural sino en una población que necesita de nuevos pulmones para reanimarse. «El premio para nosotros es que vengan todas estas películas a Ascaso... -recuerda uno de los codirectores de la muestra, Miguel Cordero- junto al escenario... Si se hacen cosas en los pueblos que puedan trascender es por la voluntariedad de la gente. Aquí nadie se lleva nada», reivindica.

La última jornada del festival marcado, como no podía ser de otra manera, por el coronavirus, ha logrado otro lleno en la Era del cine. La noche es fresca, por no decir fría, pero Ana Diáfana e Iñaki Zuazu, tras esperar a que el cielo despejara tras un oportuno chaparrón, facturan un brillante concierto con alusiones a las canciones de cine intercaladas por temas propios. Tanto gusta el concierto que la gente no duda en pedir más. Ana Diáfana levanta la voz, mira al final del público y pregunta. «¿Podemos otra, Miguel?». Así es la Muestra de Ascaso, brillante pero cercana, en la que las verdaderas estrellas son muy diferentes a las que en otros lugares veneran con todo tipo de fastos.

Insistir en que en Ascaso se nota amor por todo lo que rodea a la muestra no tiene sentido. «Este año nos hemos quedado cortos con el merchandising merchandisingpero es que tuvimos miedo... Ha sido un año tan raro», comenta Cordero, que se muestra «muy satisfecho» de cómo han salido las cosas este año.

Aunque, eso sí, organizar un festival de cine en una localidad que tampoco tiene sencillo el acceso (este año es el primer en el que la carretera está asfaltada, hasta ahora, se llegaba por una pista forestal) no es nada fácil. Unido a la pandemia ha hecho que uno de los grandes invitados de esta edición, el gallego Oliver Laxe no haya podido finalmente asistir a comentar su propia película con los espectadores. Aún así, la proyección de O que arde, es un gran éxito. Durante la hora y media, apenas se oye el sonido de algún animal al tiempo que la estrellas van ganando espacio en el cielo de Ascaso.

Mañana probablemente ya nadie hablará de esta pequeña localidad del Sobrarbe pero lo que consigue cada año la asociación de vecinos de la localidad tiene mucho que ver con la constancia y el amor a una tierra y a un pueblo. «Al final, lo que queremos es que diferentes cineastas (la mayoría acuden encantados), conozcan este lugar y la realidad de Ascaso». Dicho de otra forma, la cultura como motor de progreso y de mejoras de una localidad abandonada. «Poco a poco vamos consiguiendo cosas aunque más despacio de los que nos gustaría».