Agosto es un mes pródigo en eventos gastronómicos. Comienza en realidad ya a finales de julio con la fiesta de la Longaniza de Graus, y culmina estos días, como se puede leer justo al lado, con la celebración de numerosos acontecimientos y se prolongará hasta mediados de septiembre.

Curiosamente, la mayoría de ellos se encuentran situados en el Pirineo, probablemente como reminiscencia y herencia de las numerosas ferias que se celebraban en estas tierras montañesas, muchas de las cuales se mantienen actualizadas.

Exaltación de productos locales, mercados diversos, recreaciones históricas, ferias agroganaderas que salpican el territorio aragonés y atraen probablemente la atención de quienes agostan por aquí. Sin embargo, contrariamente a otros territorios, como por ejemplo Galicia, no hemos sido capaces de convertirlas, una vez armonizadas, en argumentos turísticos.

Muchos planifican su visita al Finisterre español en función de las diferentes ferias del pulpo, marisco, pan, etétera, que allí se celebran. Lo que aquí aparece todavía como un sueño lejano.

De la misma forma que habría que estructurar y difundir conjuntamente la potente oferta, más gastronómica que agroalimentaria, que nos espera el próximo otoño en todo Aragón, cabría esperar una mejor y mayor difusión de estos atractores turísticos en torno a la producción primaria y su consumo inmediato. De forma que se convirtieran en un eficaz foco de visitantes. Pues ya se sabe que quien, en vacaciones descubre un alimento singular, lo buscará y comprará más tarde en su propia tierra.

Una asignatura pendiente desde hace tiempo, pero no imposible con el apoyo de las diferentes administraciones. Véase, por ejemplo, el auge que han tenido las recreaciones históricas, que eran excepcionales hace unos años y ahora habituales en cualquier comarca.

Aunque da en qué pensar situaciones como que, según crece la macroindustria porcina, disminuyen las matacías populares, las privadas y las organizadas como evento en diferentes localidades aragonesas.