Si asumimos que la plenitud creativa es el estadio central de una carrera artística, pasados ya los años de aprendizaje y aún por llegar los de decadencia, podría decirse que los dos cineastas que ayer protagonizaron el concurso de Cannes mantienen una relación de simetría imperfecta. Por un lado, Xavier Dolan, de 25 años, que nunca antes había competido en el certamen; por otro, Ken Loach, de 77, que lo ha hecho en 12 ediciones contando la de este año, más que ningún otro cineasta.

Son muchos quienes cuestionan esa inquebrantable lealtad al británico por parte del certamen, y Jimmy's Hall vuelve a darles motivos. Pero al menos, según confirmó ayer el propio Loach, no será su última película, a pesar de lo que había anunciado previamente. Que pusiera fin a una trayectoria tan importante con una película tan nimia habría sido una pena.

Loach cuenta la historia de James Gralton, líder comunista hoy recordado como el único irlandés jamás deportado de Irlanda. Ambientada en 1932, Jimmy's Hall recrea el regreso de Gralton a su país tras una década en Estados Unidos, y su empeño por reabrir un centro cultural rural dedicado al baile, el canto, el dibujo y los debates marxistas. Un grupo de gente joven que quiere bailar y un grupo de retrógrados encabezados por un párroco que no están dispuestos a permitirlo. ¿Es que ha hecho Loach un nuevo remake de Footloose (1984)? En realidad, no. Más bien recupera el asunto de El viento que agita la cebada (Palma de Oro 2006): las divisiones que Irlanda sufrió en su seno tras la guerra civil cuando una generación de jóvenes comprendió que sus nuevos líderes eran tan reaccionarios como los ingleses.

PROBLEMAS OPUESTOS

Los métodos que usa para ello son los sospechosos habituales de su cine: la pedagogía y el maniqueísmo. Jimmy's Hall es una sucesión de discursos sobre la explotación de la clase trabajadora o los conflictos políticos de Irlanda puestos en boca de unos personajes cuya única finalidad es pronunciarlos, y separados por escenas de gente pegándose unos bailes. Loach, además, traza una división social compleja a brochazos: las clases trabajadoras son muy buenas, las clases dominantes son muy malas. Es, en resumen, una película más de Ken Loach. Cierto que a estas alturas nadie espera de él innovación. Pero, considerando lo progresistas que son sus posturas, sigue sorprendiendo lo conservador, convencional y falto de nuevas ideas que es su cine.

Xavier Dolan tiene el problema opuesto. Mejor dicho, el problema no es que tenga demasiadas ideas sino que, sin duda por la arrogancia que otorga la juventud --a la que en su caso hay que añadir un ego de campeonato--, está convencido de que todas son buenas e irrenunciables. Eso explica que a Mommy, retrato de la relación enfermizamente intensa entre una madre soltera y su hijo adolescente, le sobre metraje, y drama, e histerismo, y montajes musicales de ínfulas poéticas. Pero, como ya dejaron patente sus cuatro películas previas --recordemos, 25 años--, al chaval el talento le sale por las orejas, y Mommy también deja eso muy claro. Cuando logre mantenerlo a raya, será uno de los grandes.