«¿Te has vuelto loco?», dicen que le recriminó John McEnroe a Bjorn Borg cuando llamó a su rival al saber que había puesto a subasta los trofeos más prestigiosos de su carrera, entre ellos el que ganó en 1980 en la final de Wimbledon que ambos jugaron en el All England Tennis Club de Londres, considerado como el mejor partido de la historia del tenis moderno. Era el año 2006 y el exnúmero 1 mundial sueco aseguraban que estaba agobiado por sus problemas económicos.

Borg negó que estuviera arruinado. «Es ridículo. Tengo muchos trofeos y no puedo mantenerlos en orden en casa, así que pensé que algún coleccionista querría tenerlos. Son el recuerdo de que hubo un tiempo en que fui el mejor jugador del mundo, eso nadie me lo quitará», decía al diario danés Expressen. No hubo subasta.

Borg (Sodertalje, 1956) y McEnroe (Wiesbaden, 1959) han sido polos opuestos con una raqueta en la mano y en su comportamiento deportivo. Frío, metódico, sin un gesto de alegría o rabia en su rostro cuando jugaba. Letal con su derecha y un revés a dos manos que ha hecho escuela, Iceman, como bautizó la prensa al tenista sueco, era el contraste de Big Mac, descarado, con una actitud rebelde -insultos a los árbitros, raqueta rotas-, tan anárquico como espectacular en su juego, siempre al ataque subiendo a la red para volear con su mágica zurda, de derecha o revés.

Protegido como un beatle’

McEnroe y Borg marcaron una época en el tenis que desbordó el interés deportivo y traspasó sus éxitos y su vida fuera de los límites de una pista. La aparición de Borg, ganador de 11 Grand Slams (6 Roland Garros y 5 Wimbledon, consecutivos) -entre 1972 y 1981 ganó 64 títulos-, revolucionó tanto el juego como la estética de un deporte anclado en la tradición de los legendarios campeones australianose. Su rubia melena y la cinta con la que Borg recogía el cabello convulsionaron a los jóvenes aficionados desde que debutó con 17 años en Wimbledon. Fue el primer tenista que tuvo que ser protegido por miembros de seguridad de los torneos ante el acoso de los fans que lo veían como un quinto beatle.

La aparición de McEnroe, a finales de los 70, con cara de niño malo, rebelde, también con una cinta en la cabeza que rodeaba una melena rizada, que era el contrapunto a la educación de un juego de caballeros, revolucionó el panorama. Era un rolling stone.

McEnroe ganó 77 títulos (más 70 en dobles) en una carrera que comenzó en 1977 y acabó en 1992, con 7 Grand Slams (3 Wimbledon y 4 Abiertos de EEUU), además de 170 semanas como número 1 mundial. Y la gran batalla por la supremacía tuvo su escenario perfecto sobre la hierba de Wimbledon en esa final de 1980. Un partido en el que se enfrentaban al número 1 mundial contra el 2,. Fue, la final de las finales.

Aquel partido se jugó el 5 de julio de 1980. Se impuso Borg en cinco sets tras 3 horas y 53 minutos de partido. Borg volvía a recibir la copa dorada de la mano de la duquesa de Kent. Sería la quinta y la última. «Ahora ya puedo salir y emborracharme, la próxima vez ganaré al barbudo ese», despotricó McEnroe. Y cumplió la promesa al año siguiente venciendo a Borg en la final. El ciclo estaba cerrado. Borg no volvió a Wimbledon, meses después se retiraría con 27 años. «Podría haber ganado más torneos, y algún Grand Slam más, pero perdí la motivación», ha explicado después sobre aquella retirada inesperada.