Dos volúmenes vastos y con letra pequeña, con 85.000 términos cada uno. Cerca de 550 horas de decicación y estudio a cada uno de ellos. Y aún así, a pesar de todo este titánico esfuerzo y espontáneo trabajo con las dos últimas ediciones del diccionario de la RAE, se sigue considerando un "simple aficionado a los diccionarios".

Hablamos del aragonés Angel Hernández Mostajo, un licenciado en Derecho e Ingeniería Técnica Química ya jubilado, "amante de las palabras", y cuya afición a los diccionarios le ha llevado, desde hace varios años, a leerse "de la a a la z" los dos últimos volúmenes de la RAE en busca de curiosidades, erratas y definiciones extrañas contenidas en ellos. Cuando no ha transcurrido ni una semana desde el fallecimiento de Fernando Lázaro Carreter, quien tanto defendiera el castellano dedicando su vida entera a las letras, resulta halagador encontrar a personas no vinculadas profesionalmente con las letras y que, por curiosidad y amor al lenguaje se dediquen a estudiarlo, como es el caso de Angel.

"Comencé por afición, y cuando tuve unos meses libres me enfrasqué con la edición número 21 del diccionario de la RAE. Después, ya con la jubilación, seguí con la 22", afirma Hernández Mostajo. Y fruto de esta meticulosa lectura ha dado con diversos errores. "En la edición número 21 existen varias palabras que se definen y que están mal escritas. Por ejemplo, centrímetro, funebre o satisfación. Y luego hay dos muy curiosas, que son errror y correccción. Es divertido que error contenga un error, y que corrección no esté escrita, valga la redundancia, con corrección", apunta.

El diccionario de la RAE, "un colaborador espontáneo y gratuito", como lo define Hernández Mostajo, también contiene definiciones extrañas, de difícil comprensión para el ciudadano medio. De este modo, se acuerda especialmente de una: la de la palabra ameba . "Ameba es una palabra cuya definición te deja intrigado acerca de lo que pueda ser en realidad, porque viene definida como protozoo rizópodo cuyo cuerpo carece de cutícula y emite seudópodos incapaces de anastomosarse entre sí. ¡Casi nada!", apunta divertido.

Y curiosidades, también las hay, y las ha encontrado. Algunas incluso de índole y connotaciones machistas, pero que han sido corregidas en esta última edición: "En la edición anterior, por ejemplo, si buscabas la palabra pingo, con sus diferentes acepciones como ir de o estar de , figuraba como definición ´andar una mujer de visitas o paseos en vez de dedicarse al recogimiento y las labores de su casa´. Ahora, menos mal, en vez de una mujer pone alguien", afirma. "Es que era sumamente sexista. Oye, Mira qué bien, además ahora los hombres también podremos decir que nos vamos a ir de pingo", añade sonriente.

SIN HOMOGENEIDAD

Hernández Mostajo apunta que uno de los fallos, que considera inevitable por otra parte, del diccionario, es su "falta de homogeneidad". "El diccionario está escrito a través del tiempo y las personas. En su redacción ha colaborado mucha gente, y cada uno, aunque ha aportado su granito de arena al conjunto, indirectamente también le ha restado homogeneidad".

Asimismo, Hernández Mostajo apunta que "leerlo en dosis pequeñas es muy positivo y enriquecedor". Porque el diccionario "no es el mismo que hace doscientos años pues va aumentando sus términos, que conviene aprender".

"El castellano que se habla en Hispanoamérica nos está dando un baño léxico. Y quizás por eso la RAE, que se ha dado cuenta de que España no es el centro de gravedad terminológico, está haciendo más guiños y concesiones al castellano utilizado en el resto de países, porque si el diccionario no quiere divorciarse de la sociedad debe ampliar su número de palabras", apunta.

Aunque, claro, si tal y como Hernández Mostajo apunta, "cualquier palabra que se extienda en uso puede llegar a estar incluida en el diccionario", éste puede llegar a ser un pozo de términos incoherentes y surgidos de la nada. Vamos, que el famoso fistro de Chiquito de la Calzada podría ubicarse, en un futuro, en el diccionario, entre las palabras fistra y fístula .