INTERPRETE: Javier Perianes (piano)

OBRAS: Chopin, Mozart y otros

LUGAR: Sala Mozart del Auditorio

FECHA: Viernes, 4 de junio

ASISTENCIA: Media entrada

Con veintipocos años, el onubense Javier Perianes parece estar iniciando una carrera interesante, quizá no meteórica pero sin duda prometedora. Ayer vino a las sesiones del Ciclo de Grandes Solistas del Auditorio para mostrar de qué es capaz ante el público zaragozano en un recital que resultó una yuxtaposición de dos conciertos prácticamente opuestos.

La primera parte se centraba en el clasicismo vienés, un repertorio en el que gente un poco más bregada se suele manejar mejor (esto es un prejuicio; Perianes lo confirmó). Las aproximaciones de Perianes a Mozart, Haydn y Schubert parecían meditadas y, por separado, tenían su lógica. En conjunto, en cambio, no eran coherentes y el problema de fondo fue que su enfoque carecía de vitalidad y, me atrevo a decir, podía llegar a aburrir. Las dos Fantasías de Mozart descollaron por los contrastes de tiempo, con lentos muy lentos y rápidos muy rápidos, sonidos siempre cuidados y frases limpias en extremo. Con las dos breves y ligeras Sonatas de Haydn el tono se tornó rococó: agilidad (un fulgurante final de la Sonata H. 40), finura, nitidez, control del volumen sonoro. Los Ländler D.790 (¿por qué quitar las repeticiones y dejarlos en apenas un suspiro?) nos acercaban en concepto más a Brahms que a Schubert, con frases retenidas, una rica paleta cromática y, de nuevo, mucho control.

Llegó Chopin, en la segunda parte, y Perianes se transformó. Su lectura de la exigentísima Sonata en si menor fue una maravilla, mejorando de movimiento en movimiento y alcanzando cumbres de belleza sonora absoluta en el magnífico Largo (una música de una profundidad que casi agobia) y de energía desbordante en el Presto conclusivo. El Chopin que el joven pianista ponía en la palestra era romántico sin concesiones, no buscaba la novedad ni la ruptura con la tradición. Era creer en un concepto melódico y apasionado y ser capaz de desarrollarlo sin ningún problema técnico, lo cual no es tan fácil.

Este Perianes suelto y perfeccionista se amplió con dos propinas de muy distinto carácter y fuste pero igual calidad expositoria: la delicada Chica de los cabellos de lino de Debussy y la racial y agresiva Fantasía bética de Falla.

En el terreno anecdótico, haré notar que el joven rompió con la etiqueta del frac o incluso la chaqueta: que no se moleste, pero estoy seguro de que ya se le pasará; todos hemos pasado por esto. Tocó en silla, no en banqueta. ¿Más cómodo? ¿Más Glen Gould? Y saludó más como un torero que como un músico, lo cual luce despreocupado, pero... En todo caso resultó un gustazo apreciar en vivo a un intérprete tan prometedor.