Una novela, Nos vemos allá arriba, hizo despegar en el 2013 al francés Pierre Lemaitre, un oscuro profesor de literatura que hasta los 56 años tan solo había publicado un puñado de novelas policiacas. El libro sobre las consecuencias de la Gran Guerra conectó a la perfección con un público amplio, con el añadido del prestigioso Goncourt, un Goncourt «legible» -como lo definió la crítica no sin malicia- que acabó siendo película. Pierre Lemaitre degustó el éxito y ahora, desde el sur de Francia, en Arlés -ciudad próxima a la tranquila residencia a la que se ha retirado huyendo del bullicio de París-, habla de la segunda entrega de su trilogía, Los colores del incendio (Salamandra), una historia coral y picaresca ambientada en la Francia de entre los años 1927 y 1933, en la que no faltan traiciones, chantajes, corruptelas económicas y políticas. Lemaitre, vehemente e irónico, asegura llevar la profesión y el éxito con una reflexiva madurez.

-¿Cuando empezó a escribir Nos vemos allá arriba tenía claro que esto iba a ser una trilogía?

-Fue cuando la terminé más bien. Había sido tan placentero y tan prometedor que sentí que tenía que continuar. Fue entonces cuando decidí hacer una trilogía, que ya tiene título, Los hijos del desastre. Pero no quería hacer Nos vemos allá arriba 2. Me di cuenta de que tenía que buscar otra forma.

-Y entonces se remontó a los clásicos, a Balzac.

-Me atrae ese planteamiento como de rompecabezas en el que los distintos libros son piezas y el conjunto compone un paisaje. De ahí que el personaje principal de esta novela, Madeleine, sea secundario en la anterior. De todas formas, si la escogí a ella como protagonista es porque el resto de los personajes fallecieron al final de la novela.

-De todas formas, el modelo más claro de Los colores del incendio es Los colores del incendioEl conde de Montecristo

-Sí, el modelo es Alejandro Dumas y con él he querido hacer un homenaje a la novela del siglo XIX. Yo, como Obélix, me caí en la marmita de esa literatura, la de Balzac, Sue, Stendhal, Maupassant. Crecí en ella de una forma natural. Me gusta decir que soy el último escritor vivo del siglo XIX.

-¿Y no le plantea ningún problema escribir en el siglo XXI con el modelo del XIX?

-No, porque estoy sincronizado con mi tiempo, sigo la actualidad, me interesa lo que ocurre en el mundo. Además no se si se ha dado cuenta, pero en esta novela hay características del Nouveau Roman.

-En su novela casi todos los personajes tienen en mayor o menor medida un punto de mezquindad.

-No lo siento así. Necesitaba personajes con contrastes muy marcados por aquello que decía Hitchcock de que cuanto peor sea el villano, mejor será la película. Y además está aquella frase de Cocteau: «Para que los dioses se diviertan es necesario que los héroes caigan desde muy arriba». Por eso he elegido a una heroína, un momento no demasiado favorable a los derechos de las mujeres, y la he hecho caer. Si eres una mujer en los años 30 es inevitable que vayas a sufrir no tanto por la maldad de los hombres, sino porque su comportamiento natural era la dominación.

-Tanto en Nos vemos allá arriba

-La he tenido siempre. El protagonista de mis novelas policiacas también es un hombre que sufre, un hombre que no ha crecido.

-¿Hay algo más profundo en ello? Creo que su padre también acabó en una silla de ruedas.

-Así es. Quizá por eso sea el punto de partida de todas mis ficciones. Pero ya me he cansado, estoy decidido a que ese fantasma personal no aparezca en mi próxima novela, Espejo de nuestros sufrimientos, que ocurrirá en los primeros años de la segunda guerra mundial y con la que se cerrará la trilogía.

-Es imposible leer su novela sin pensar en las resonancias que el periodo de entreguerras, con sus pufos económicos, el ascenso del fascismo y la corrupción política, tienen en el presente.

-Pero eso ocurre siempre en todas las épocas. Si yo hubiera escrito un libro sobre la construcción de las pirámides, seguro que alguien diría que el faraón de mi novela es igualito a Emmanuel Macron. Y es que de hecho yo creo que Macron sí tiene un carácter faraónico.

-El faraón enfrentado a las insubordinaciones populares...

-La verdad es que me da un poco de vergüenza decir que los apoyo, pero es que encuentro legítima esta revuelta. El poder ha querido desacreditarla haciendo pasar a los chalecos amarillos por violentos, antisemitas y extremistas de derecha e izquierda. Yo solo veo a gente que lleva más de 30 años humillada.