LA FIESTA DE LA INSIGNIFICANCIA

AUTOR Milan Kundera

TRADUCCIÓN Beatriz de Moura

EDITORIAL Tusquets.

En seis hojitas de papel higiénico, con las que formó un pequeño cuaderno, cosido con hilo de color ocre y con unas hojas en blanco al final, el poeta Miguel Hernández --mientras estaba preso en el reformatorio de adultos de Alicante, al que llegó procedente del penal de Ocaña, condenado por republicano--, escribió cuatro cuentos infantiles, a los que añadió dibujos, probablemente entre junio y octubre de 1941, cuando estaba en la enfermería, poco antes de morir de tuberculosis, con solo 31 años, en marzo de 1942.

Esos relatos iban destinados a su hijo de dos años y medio, Manuel Miguel, a quien llevaba meses sin abrazar y a quien ya dedicó Nanas de la cebolla, y los tituló El potro oscuro, El conejito, Un hogar en el árbol y La gatita Mancha y el ovillo rojo. El manuscrito, hoy con los bordes envejecidos e irregulares, y probablemente el último que escribió el poeta de Orihuela, ya forma parte del patrimonio de la Biblioteca Nacional de España, que a principios del mes de agosto anunciaba su adquisición.

METÁFORAS DE LIBERTAD Dos de los relatos infantiles ya se conocían, pues los publicó, en edición facsímil en 1988 (Dos cuentos para Manolillo), el catedrático José Carlos Rovira, autor de Miguel Hernández: la sombra vencida (catálogo de la exposición en la biblioteca del centenario del nacimiento del autor). Según este experto, en estos cuatro breves cuentos "hay metáforas de encierro y libertad", concebidos como "juegos para su hijo", de alguien que "quiso dejar constancia de su voluntad de ser libre". En La gatita Mancha, uno de los dos textos nuevos, el minino se enreda en un ovillo hasta que la familia de la casa le libera, y el poeta lo termina con moraleja: "Porque el gato más valiente,/ si sale escaldado un día,/ huye del agua caliente,/ pero también de la fría". En el otro, Un hogar en el árbol, unos niños salvan a unos polluelos que querían volar muy pronto y luego les despiden: "Hasta la vuelta, pequeñuelos/ Y que no os vayáis a perder/ en las estrellas de los cielos./ Venid siempre al atardecer".

"Transcurrió un mes hasta que pude ver a mi marido --relataba en su libro de recuerdos Josefina Manresa, la viuda de Hernández-- lo sacaban entre dos personas (...) y lo dejaron agarrado a la reja. Llevaba un libro en la mano, eran dos cuentos para nuestro hijo- Al terminarse la comunicación, quiso darle él por su mano el libro al niño, y no le dejaron hacerlo. Un guardia se lo tomó y me lo dio a mí". Eran los dos relatos ya publicados y que el poeta, para sortear la censura, había dicho que eran traducciones del inglés, cuando en realidad, según Rovira, eran de "paternidad hernandiana".