Ya. Fin. Lo dijo en 1970: todas las palabras son máscaras de una misma: fin. Leopoldo María Panero, poeta apremiado, espíritu subversivo y disforme, rebotando entre la esquizofrenia y la autodestrucción, se ha ido solo cuatro días después que Ana María Moix, los dos entre los "novísimos" que apadrinó Josep M. Castellet, también él recién ido. Locura y muerte empaparon los versos de Panero desde el principio y hasta su compulsiva escritura de estos últimos años. También marcaron su desastrada existencia, condicionada por su estancia en psiquiátricos y por una clarividencia tan cegadora como insoportable. Su vida fue un ver irse y la constatación del ilimitado vacío que va dejando el mundo en su disolución. Intentó Panero paliar esa quemadura afectiva con una sostenida sobredosis de lecturas en la que mezclaba de todo, literatura y filosofía pero también cine y música. Un universo promiscuo de ideas y símbolos cupo en su cabeza y colapsó en su poesía. Su pensamiento asoció lo dispar y disgregó lo compacto, socavó el orden aceptado y urdió desórdenes alucinados. Anduvo Panero. por zonas minadas. Y su copiosa obra retiene las etapas de esa guerra perdida. Fue el más peregrino y radical de los poetas novísimos aunque quizá lo lo supo del todo: No sé hoy quién soy / y en la noche oigo a un fantasma / a los muertos recitar mis versos.