Tengo el temperamento latino, pero pasado por el tamiz de la mentalidad alemana. Así se definía Jesús López Cobos (Toro, Zamora, 1940), uno de los directores de orquesta españoles de mayor proyección internacional, fallecido en la madrugada del viernes en Berlín, a causa de un cáncer, a los 78 años. Formado en los conservatorios de Granada y Madrid se licenció en Filosofía y Letras en 1964, circunstancia que influyó enormemente en su trayectoria artística, ya que aplicó el pensamiento de los grandes filósofos a su conexión con la interpretación.

Fue director musical del Teatro Real entre 2003 y 2010 y de la Orquesta Nacional de España, entre 1984 y 1988. Pero cuando llegó a estos cargos ya había sido responsable de la Orquesta de Berlín, en 1976, y posteriormente ejerció 10 años, desde 1981, como director general de ópera belinesa. En 1981 fue el primer ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Artes, uno de los muchos galardones de su brillante carrera, entre los que figura la Medalla de Oro de las Bellas Artes.

Batuta versátil, era capaz de asumir la profundidad de los grandes autores de la música clásica y la ópera. Saltaba de Mozart a Beethoven, Brahms, Mahler al vuelo ligero de Rossini con una gran facilidad, pero después de una rigurosa inmersión en las partituras. «Partiendo de la base de que la música del siglo XIX y XX está influida por el pensamiento filosófico, esta disciplina ha tenido un gran peso en mi trabajo», reconocía.

Hay que recordar que López Cobos estudió alemán para poder leer directamente en este idioma a autores como Kant o Schopenhauer, y cuando viajó a Alemania ya llevaba un bagaje fundamental para adaptarse a la cultura del país. Su carrera le llevó a ser también director de la Orquesta de Cámara de Lausana e invitado de las grandes agrupaciones mundiales, entre ellas la Sinfonica de Cincinatti, en EEUU, de la que fue titular, dejando el sello de su personalidad también en las bigs americanas.

TRABAS EN ESPAÑA

Acostumbrado a las facilidades que encontraba para desarrollar su metodologíal fuera de España, tropezó con las trabas administrativas de su país natal, a pesar de lo cual aceptó ser director principal de la Sinfónica de Galicia. En todas partes ha dejado una huella imborrable. Joaquim Garrigosa, director general del Auditori de Barcelona, lo califica como «el gran director español, al mismo nivel que Ataulfo Argenta de la últimas décadas, con una concepción moderna y global del tratamiento profundo de grandes compositores como Brahms». Recuerda que era muy exigente, pero nada autoritario, con los músicos a los que trataba de infundir su meticulosa visión de las obras.

Joan Matabosch, director del Real, destaca que, además de ser uno de las batutas españolas más universales, «era un extraordinario director de ópera, volcando en ella su enorme experiencia». Fue, dice, «una figura crucial en la configuración artística del teatro madrileño».

Entregado en cuerpo y alma a la música, sufrió con su traumática relación con la ONE, a la que dejó huérfana después de 4 años de trabajo. Tampoco ocultó la frustración por su mal final en el Real. Chocó con Gérard Mortier cuando el gestor belga se hizo cargo de la gestión del teatro, y aplicó nuevas ideas que no casaban con la actuación emprendida por López Cobos, partidario de mantener la estabilidad de la dirección en lugar de los constantes cambios en el podio que impuso el nuevo responsable del coliseo. Se ha ido uno de los grandes de la historia de la música española.