Según el tópico, el Premio Nobel remata la carrera de un escritor al tiempo que la consagra. Parece como si después de la más alta distinción sólo cupiera la recogida de beneficios. Nadine Gordimer (Springs, Suráfrica, 1923) sería la excepción que la confirma. El Nobel de 1991 no hizo tambalear su talento, y esta espléndida colección de cuentos demuestra que no puso fin a su ambición. Desde siempre su literatura ha aspirado a reflejar el estado político del mundo en el más amplio sentido: poner en juego toda la complejidad de las relaciones de fuerzas que gobiernan la nave del mundo. Y, sin embargo, ha sabido hacerlo más allá del mero despliegue de ideas.

En Saqueo , el relato Informe de misión trae de nuevo a esa Gordimer clásica. Una británica que trabaja en las oficinas de una ONG en un país africano se convierte en amante de un alto funcionario local. La fusión de sus cuerpos resulta, paradójicamente, más sencilla que la de sus culturas, como se demuestra en un sorprendente, inteligente y muy sutil vuelco final del relato. En el otro extremo están los cuentos/idea, breves artefactos narrativos, casi juegos que la autora propone al lector: Saqueo , que abre el libro con pulso firme al producirse el terremoto "más poderoso jamás registrado desde que la invención de la escala de Richter hizo posible medir las advertencias apocalípticas". Y Un emisario , brillante relato protagonizado por el mosquito Anófeles, transmisor de la malaria.

Karma es también una gran historia. Un alma va relatando sus idas y venidas en sucesivas reencarnaciones, su regreso permanente al mundo, frustrado a veces por abortos, accidentes... El cansancio del perpetuo retorno, sí; pero también el milagro permanente de la vida. "La mano, la mano de él, hundió los dedos en el muslo de ella a través del volante de algodón como si quisiera comprobar qué había de real en aquella muchacha". La cita procede de La mina de diamantes , corresponde a uno de los puntos culminantes del libro y condensa la marca Gordimer: las manos de lo ideal buscan con afán el tacto de lo real, ya sea para acariciarlo o para dejarle arañazos en la piel.